Después de Goethe, que resume todos los trabajos de la literatura de su patria, y de Hegel, que compendia todos los esfuerzos y las inquisiciones de los metafísicos durante más de medio siglo, esperaba a la historia del pensamiento en Alemania una transición brusca, una crisis suprema, un momento de terrible vacilación y de intranquilidad profunda.
La serenidad del genio de Goethe y la tranquilidad de Hegel encubrían cuando menos los pensamientos de lucha del genio nacional. Pero muertos los maestros, corriéronse los velos, huyeron las ilusiones, y fue preciso comprender, aunque tarde, que de aquella generación, nutrida por ellos, por ellos educada, brotaba una Alemania nueva, henchida de aspiraciones no definidas, y llena la mente de quimeras y de inciertos ideales.
Una sola cosa aparecía clara entre él vago despertar de sus aspiraciones; un deseo aparecía formulado: dejar el campo de la abstracción y penetrar con pie firme en el estadio fecundo siempre de la realidad.
Un escritor existe que resume fielmente la agitación de aquella época: Enrique Heine.
Nació el gran poeta en Düsseldorf, a orillas del Rhin, de una familia considerada con justicia en su patria, y en la cual contaba por parte de madre médicos ilustres, y negociantes acaudalados por parte de su padre.
Enrique, el mayor de cuatro hermanos, una hembra y dos varones, médico en Rusia el uno y oficial el otro al servicio de la Austria, perdió bien pronto al autor de su sér, y quedó sujeto a la autoridad de un tío paterno, el banquero Salomón Heine, notable por su generosidad y por lo inmenso de su fortuna, que desheredó más tarde al poeta por sus aficiones poco serias y por su falta de sentido práctico.
Esto hacía exclamar al¡ autor del Reisebilder.
«Tengo derecho a ser inmortal; he comprado por diez y seis millones mi asiento en el Parnaso.»
Los biógrafos todos colocan en enero de I8oo la fecha del nacimiento de Heine; es indudable sin embargo, si nos atenemos al mismo dicho del vate en una carta a Saint-René Taillandier, que nació en 12 de diciembre de I799, Y que la inexactitud cometida por cuantos sostienen el anterior aserto fue ocasionada voluntariamente para salvar al poeta del servicio del rey de Prusia en la época de la invasión prusiana.
«Lo importante, añade poco después Heine, que yo nací, y que nací a orillas del Rhin.»
Su primera educación fue terminada en el convento de franciscanos de Düsseldorf. Contradicción rarísima que puede en parte explicar la múltiple volubilidad de su carácter. El descendiente de judíos recibe del monasterio cristiano la primera enseñanza de las cosas, y siente entre los claustros del convento la languidez inefable de sus primeros tedios de adolescente.
Frecuentó después el Liceo de la Villa; en I819 principió en la Universidad de Bonn el estudio de la jurisprudencia; continuólo en la de Gottinga, hasta que, tres años más tarde, entregóse por completo en Berlín, y bajo la dirección de Hegel, al estudio de las ciencias filosóficas.
Entonces fue cuando le unió amistad estrecha con todo lo que en Berlín existía de más notable en las ciencias y en las artes. Eduardo Gans, Varnhagen d'Ense y su esposa Rahel, Franz Bopp, Chamisso y el mismo Grabbe, formaron parte de las relaciones del tornadizo estudiante.
Era Heine por entonces un escolar asiduo, que estudiaba con ardor y aprendía pronto, y que, al revés que Luis Boerne, mezclado también como él en aquella aristocracia del pensamiento, tomaba por contradicción extraña, con seriedad profunda, los arduos problemas de la idea, y se engolfaba con ardor en aquellas pavorosas cuestiones de la metafísica hegeliana.
En medio de aquellos trabajos, el arte le llamaba con su voz de sirena, y le atraía hasta su lado con magia ineludible. En I821 publicaba sus primeros versos (Junge Leiden), prólogo, por decirlo así, de el Libro de los cantos. En I823 daba al público sus dos dramas silbados, Almanzor y Ratclif, y entre ellos su inmortal Intermezzo. Más tarde, por último, publicó en 1825 el primer tomo de su Reísebilder (Cuadros de viaje), en el cual se revela por completo jefe de una es cuela nueva.
Relación de sus viajes por la Alemania, el Tyrol, la Francia, la Italia y la Inglaterra, bastaría sólo esta obra para dar la celebridad deseada al más descontentadizo de los escritores. Su éxito fue inmenso; la sorpresa de Alemania profunda: ¿cómo juzgar la audacia de aquel escritor, que si la hería con las flechas de su pensamiento atrevido, la enaltecía con los resplandores de su genio?
Un nuevo poema (Heimkehr) El Regreso, fue publicado pocos meses después de sus viajes, y poco tiempo pasado, en I827, apareció el Libro de los cantos (Buch der Lieder), que tuvo resonancia igual y despertó controversias idénticas a las suscitadas por sus obras anteriores. El Mar del Norte (Nord See) forma parte de la segunda parte de este libro.
Atraído en I830 a Francia por la revolución, sus correspondencias a la Gaceta de Augsbourgo y á los Anales Políticos, su libro sobre la Francia, su Lutecia, fueron, lo mismo que la Alemania y que las Memorias de M. de Schnabelewovski, fruto de aquella campaña política en que, acusado unas veces de espía de Luis Felipe y de la Alemania, de Sansimoniano otras, pospuesto sin justicia a Luis Boerne, en el cual al menos reconocía su patria alemana grandeza de corazón, se defendía de tanto y tanto ultraje con las flechas certeras de su inagotable ironía.
Atta- Troll (fantasía de una noche de estío), extraño poema en que el protagonista es un oso, vio la luz pública en I840 en los folletines del Diario del Mundo Elegante. En I842 publicó sus Nuevas Poesías; y enfermo ya de muerte, clavado, como dice un escritor ilustre, a la cruz de la parálisis por los clavos del sufrimiento, publicó su Romancero, sus Melodías hebraicas y su Libro de Lázaro.
En I856, por último, murió aquel gran genio, que durante veinticinco años representó en Alemania el espíritu de la Francia, y en Francia el espíritu de Alemania, y que dotó a nuestro siglo, además de las ya citadas, de tantas otras obras, que no citamos por no alargar demasiado esta reseña.