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Bajo la luz serena de la luna

Como el oro en fusión el mar rïela,

Resplandor que el fulgor del claro día

Con la molicie de la noche mezcla,

La vasta playa misterioso alumbra,

Y en el azul del cielo sin estrellas

Vagan las blancas nubes como estatuas

De dioses colosales y siniestras,

Talladas por la mano del acaso

En las entrañas de brillante piedra.

No son, no son las nubes, son los dioses,

Los dioses mismos de la antigua Grecia,

Que el mundo alegremente gobernaron

En pasadas edades con su diestra,

Y hoy, después de su ruina y su caída,

Cuando la noche silenciosa media,

Cruzan dolientes por el ancho cielo

Espectros tristes, sombras gigantescas.

Fascinada y atónita mi vista,

Este flotante Pantheón contempla;

Colosales figuras que se mueven

Y cruzan tristes la extensión serena

Con un solemne y sepulcral silencio.

-Mirad a Kronion, rey de las esferas;

Su nieve los inviernos en los bucles

Vertieron, de su oscura cabellera,

Sobre aquellos cabellos que al moverse

Al Olimpo temblar un día hicieran;

Aun con furor el extinguido rayo

Trémula empuña su cansada diestra,

Y su rostro, que hollara el sufrimiento,

No perdió en la desgracia su fiereza.

¡Oh altivo Zeus! tiempos más dichosos

Aquellos tiempos que pasaron eran,

Cuando saciabas tu apetito ardiente

De hecatombes y ninfas hechiceras;

Mas de los mismos dioses el reinado

Término al fin en el espacio encuentra.

Los jóvenes empujan a los viejos

Cual tú un día empujaste en vil pelea

A tu padre y tus tíos los Titanes,

Júpiter parricida con fiereza.

También te reconozco, altiva Juno;

A pesar de tus celos y tus quejas,

Otra ha tornado el cetro de los cielos;

No eres la reina incontrastable y bella,

Y tus brazos de lirio ya impotentes

Miro, é inmóvil tu ojo de gacela;

Y ya a la hermosa que de Dios el hijo,

Fruto divino, en sus entrañas lleva,

Tu venganza cual rayo de los cielos,

Diosa vencida, a destrozar no llega.

Y a tí también, también te reconozco:

¿Con tu saber y tu égida y tu fuerza

La caída evitar no has conseguido

Del viejo Olympo, Palas Athenea?

Y también llegas tú, tierna Afrodita;

Tus cabellos cual oro en tu cabeza

Brillaban otras veces, ahora luce

Como plata tu hermosa cabellera.

Hermosa estás, el cinturón famoso

De las Gracias te ciñe y te sujeta,

Y sin embargo, miedo incomprensible,

Raro temor me causa tu belleza;

Y si cual héroes de lejanos días

Tu hermoso cuerpo poseer debiera,

Por loca angustia el corazón opreso

Yo moriría de quebranto y pena.

Eres tan sólo, Venus Libitina,

Ya de la muerte la deidad siniestra.

Tampoco Arés con su mirada amante

A su querida lívida contempla;

Febo Apolo, el hermoso adolescente,

Inclina tristemente la cabeza,

Y la lira sonante que alegrara

Del Olimpo feliz la noble mesa,

Y vibró en el banquete de los dioses,

Destemplada sostiene con su diestra.

Más sombrío Hefaistos me parece,

Y el adusto Vulcano con fiereza

A la celeste reunión no sirve,

A Hebe sustituyendo, el dulce néctar.

La risa inextinguible de los dioses

Después d tanto tiempo ya no suena.

Yo jamás os amé, ¡viejas deidades!

¡Divinidades clásicas y fieras!

Mas piedad santa y compasión, ardiente

De mi pecho sensible se apodera

Cuando errantes os miro por la altura,

¡Dioses abandonados! ¡sombras muertas!

¡Nebulosas imágenes que el viento

Hace huir aterradas y dispersas!

Y al, pensar cuán cobardes y cuán falsas

Los dioses son que un día os vencieran,

Esos sombríos y modernos dioses

Que hoy los cielos dirigen y gobiernan,

Zorros de sangre ansiosos, que se cubren

Con la piel del cordero, ardiente llena

La ira mi pecho, y deshacer sus templos

Y por vosotros combatir quisiera.

Por vosotros, deidades sonrïentes,

Y vuestro buen derecho, que la Grecia

Con su ambrosía perfumó y sumiso,

En vuestro nuevo altar lleno de ofrendas

Adorar y cantar y alzar al cielo

Los brazos suplicantes yo quisiera.

Verdad es que otras veces, viejos dioses,

De los humanos en las luchas fieras

Del vencedor tomabais el partido,

Venales cortesanos de la fuerza.

Pero es el alma del mortal más noble,

Más entusiasta y generosa y tierna,

Y yo sigo, en las luchas de los dioses,

De los dioses vencidos la bandera.-

Hablaba así, y en el sereno cielo

Las visiones fantásticas de niebla,

Sensibles a mi voz, enrojecían,

Mirábanme con silenciosa pena,

Y cual por el dolor transfiguradas

Fundiéronse de pronto en las tinieblas.

Ya se había escondido silenciosa

La luna tras las nubes cenicientas,

Alzaba el ancho mar su voz sonora,

Y del espacio en la extensión inmensa

Salían victoriosas, derramando

Sus eternos fulgores, las estrellas.

CUESTIONES

A orillas del mar desierto,

Junto al piélago intranquilo,

Un joven lleno de dudas

Se detiene pensativo,

Y así a las ondas inquietas

Dice con aire sombrío:

-«Explicadme de la vida

El arcano no sabido,

Enigma que tantas frentes

Ardieron por descubrirlo;

Cabezas engalanadas

Con adornos pontificios,

Frentes con mitras hieráticas,

Con turbantes damasquinos,

Con birretes doctorales,

Con pelucas, con postizos

Cabellos, y tantas otras

Cabezas que el escondido

Enigma saber quisieron,

Decidme, yo os lo suplico:

¿Qué es el hombre? ¿de dó viene?

¿Adónde va su camino?

¿Qué habita en el alto cielo

Tras los astros encendidos -»

El mar su canción eterna

Murmura triste y dormido;

Sopla el viento; huyen las nubes;

Los astros en el vacío

Fulguran indiferentes

Con sus resplandores fríos,

Y un demente una respuesta

Espera en tanto intranquilo.

 

 

EL PUERTO

Feliz aquel que al puerto llega al cabo,

Tras sí dejando mares y tormentas,

Y tranquilo en el sótano abrigado

Se sienta al fin del Rathskeller de Brema.

¡Cuán fiel y delicioso el mundo todo

En el cristal del raemer se refleja,

Y cuán luciente al corazón cansado

Ese moviente microcosmo llega!

Yo en ese vaso reunidos veo

Del humano infeliz la historia entera:

A Gans el sabio, y al severo Hegel,

El Turco altivo, la riente Grecia;

Bosques de limoneros, y paradas

Militares; Berlín, Túnez, Abdera;

Pero ante todo, el corazón prefiere

De mi amada mirar la imagen tierna,

Y ver del Rhin sobre el dorado fondo

Leve oscilar su angelical cabeza.

¡Hermosa eres, mi bien, como una rosal!

No cual la rosa de Schiraz, la eterna

Pasión del ruiseñor que Hafiz cantara;

No cual la rosa de Sarón, la fresca

Y santa flor de rojas aureolas

Que en sus salmos cantaron los profetas;

Tú te pareces a la oliente rosa

Del abrigado Rathskeller de Brema.

La rosa es de las rosas; nunca muere

Y florece en eterna primavera.

Su perfume divino me ha devuelto

La fe y el entusiasmó con tal fuerza,

Que si el digno y honrado repostero

Del abrigado Rathskeller de Brema

No me hubiera tenido por la espalda,

Ruedo hasta el suelo dando volteretas.

Hombre honrado y leal; sentados juntos,

Bebo con él con fraternal franqueza;

Altas cuestiones debatimos graves;

Suspiramos los dos pon honda pena,

Y lo abrazo por fin, él me ha enseñado

Del cariño la ley constante y tierna.

Yo por mis más crueles enemigos

He brindado con él; y a los poetas

Malos di mi perdón, para que al cabo

Yo también perdonado un día sea.

Yo lloré compungido, y miré abrirse

Por último ante mí del bien las puertas:

La bodega; solemne santüario

Donde doce toneles, que de inmensa

Cabida están dotados y se llaman

Los apóstoles santos, con fe eterna

Preces y preces dicen en silencio.

Y es no obstante universal su lengua.

Personajes notables: es sencillo

Su exterior, y sus ropas de madera;

Mas por dentro, más bellos, más brillantes

Que todos los levitas de la Iglesia,

Y de Herodes feroz los cortesanos

Engalanados de oro y plata y sedas.

Yo siempre he dicho que Jesús divino,

Que el Señor de los cielos y la tierra

Vivió en medio de nobles compañías,

No entre gentes, vulgares y groseras.

¡Aleluya! ¡Qué grato es el perfume

Que aspiro de Bethel en las palmeras!

La mirra del Hebrón ¡qué aroma exhala!

¡Qué dulce el viento entre los tilos suena!

¡Cuán alegre el Jordán, el sacro río,

Murmurando a compás se balancea!

Y con él a compás mi alma vacila,

Y se mece, y vacilo yo con ella;

Y también vacilando, el repostero

Del abrigado Ratliskelíer de Brema,

Adonde brilla el resplandor del día,

Me conduce subiendo la escalera.

¡Oh! bravo repostero, mira, mira

Míralos bien, en las techumbres viejas

Están todos los ángeles sentados;

Ebrios están, y cantan y vocean:

El sol que en lo alto brilla, es solamente

Un mascarón rojizo que se quema

La nariz del espíritu del mundo

Y en torno a esta nariz que arde y flamea,

Entre burlas y risas y canciones

Con loco afán el universo rueda.

 

 
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