La tempestad sobre la mar se cierne,
Y de las nubes la muralla negra
Rasga veloz la chispa dentellada
Que fulgura y se extiende en las tinieblas
Como un trozo de espíritu arrancado
De Kronión a la fuerte cabellera.
Sobre la onda sombría y olvidada
Ruge con largos ecos la tormenta;
De Poséidon piafan los corceles,
Que Bóreas engendrara con las yeguas
De Ericthón descrinadas; y las aves
Marinas la extensión rasgan inquietas,
Cual las sombras de muertos que Caronte
De la Stygia olvidada en la ribera
Arroja de su barca misteriosa
De míseros cadáveres repleta.
Allá abajo un navío desdichado
A danzas bien difíciles se entrega;
Eólo le envió los más fogosos
Músicos incansables de su orquesta:
Uno, cruel, le punza; otro, con locos
Vaivenes retozones, le golpea;
Silba el uno; otro sopla; y el tercero,
Con los bajos, la música completa.
El piloto entretanto vacilante,
El gobernalle en la cansada diestra,
Con miradas atónitas, la brújula,
Del bajel, alma trémula, contempla,
Y tendiendo las manos hacia el cielo,
-«Salvadme, -dice con amarga pena;-
Tú, Cástor, caballero no vencido,
Y tú, Pólux, también glorioso atleta.»-