A veces los miércoles a la mañana no venía porque iba a las
reuniones de comité. Todos sabíamos que en realidad iba a jugar al golf; pero no
nos lo quería decir.
Igual yo lo veía, con la mente. Veía todo bien clarito, sólo
con cerrar los ojos y pensar en su nombre y en su cara; y lo encontraba
enseguida.
Yo había aprendido a ver con los ojos cerrados.
A veces hacía cada cosa que ni yo lo podía creer.
Una vez cuando era chico había cortado todo el pasto del jardín
de mi casa con un dedo.
Esa noche iba a ir a comer a la casa de los Nontoldi. Ellos me
habían invitado dos o tres veces, pero yo siempre me había excusado. No era
porque no me importaran, no; pero en casa siempre tengo muchas cosas que hacer.
No sé que pasa, pero por más que ordeno, siempre todo parece dado vuelta. Voy a
tener que poner más atención en donde pongo las cosas, sino todo siempre va a
ser un desorden.
Suerte que traje paraguas, pero como un tonto me olvidé el
piloto; y justo me vine con el traje gris clarito, y si me mojo se nota más
sobre gris clarito que sobre azul, por ejemplo.
También me olvidé el vino. Y yo les dije que iba a llevar uno.
Con esta lluvia no sé como voy a hacer.
Quedé en ir a las ocho y media, y ya son las cinco.
En la oficina había mucho movimiento.
Me concentré en la casa de los Nontoldi y pensé fuertemente en
el vino, y ahí lo pude ver; había un Malbec 1996 al lado de la mesita del piano.
Un problema menos.
Otra vez estaba lloviendo.