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El villano que estaba echado junto a la puerta se levantó en menos tiempo que se dice amén, y despojándose de su capote sacó un puñal de unos dos palmos de largo, apercibiéndose a la defensa; la joven madre estrechó a su hijo contra su seno, cubriéndole con los brazos. El padre se colocó delante de su hijo y de su esposa escudándolos con su propio cuerpo; los caballeros se apartaron con moderado apresuramiento como quien quiere al mismo tiempo evitar el peligro y no mostrar miedo. El cura se dio a la fuga.

El perro, siguiendo su instinto, se lanzó contra el fugitivo, asiéndole por el vuelo de la sotana, parte de la cual se llevó de un bocado, y hubiera hecho algo peor si los palafreneros, corriendo, no hubiesen podido detenerlo con gran esfuerzo, asiéndolo por el collar. El breviario había rodado por tierra. El pobre sacerdote lanzaba dolorosos gemidos, y presa de la misma idea que impulsaba al hebreo Sylvek a gritar: «¡mi hija, mi dinero!», exclamaba:

-¡Mi sotana, mi breviario!

El perro, enfurecido, ladraba con más fuerza que nunca.

En el umbral de la puerta apareció un anciano. Era Francisco Cenci.

Francisco Cenci, noble de sangre latina, perteneciente a la antiquísima familia Cencis, contaba entre sus antepasados al pontífice Juan X, aquel tan famoso amante de la bella Teodora, la cual, llevada de su amor, lo hizo obispo primero de Bolonia, después de Rávena y finalmente Papa. Esta familia no era menos antigua en el crimen, pues, si la historia dice la verdad, Marozia, hermana de Teodora, creyendo quitar a ésta y al Papa amante el dominio de Roma, ocupó traidoramente el castillo de Sant' Angelo, invadió con una turba de bribones el palacio de Letrán, mató a Pedro, hermano de Juan, y encerró al mismo Juan en una cárcel, donde murió envenenado o por otra causa. Se dijo también que fue encontrado muerto en el lecho de Teodora, y la superstición imaginó que lo había estrangulado el diablo en castigo de sus crímenes, ¡muerte oprobiosa y vida de vituperio! Así afirman algunos, mientras otros, naturalmente, lo niegan, diciendo que son hechos inventados por escritores parciales. Que la infamia preceda al crimen está bien; lo que no está bien es que la infamia no contenga a otros del crimen.

 
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