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Debemos tener en cuenta que toda la historia, que estaba cursando aparentemente en ausencia de un “Cristo histórico”, en realidad se estaba desarrollando ad referendum de Cristo. La creación, la naturaleza toda, anhelaba ardientemente la consumación de su ministerio terreno.
Entonces, y volviendo al planteamiento del principio: ¿Qué hubiera ocurrido, en lo tocante a la salvación del hombre, si Jesús no hubiese muerto en la cruz? Pensando en las consecuencias, lo primero que se nos ocurre es considerarlo en términos personales: ¿Qué hubiera sido de mí? Pero, son imprevisibles las consecuencias, que tal incumplimiento hubiera podido acarrear sobre la historia. Por ejemplo, otra hubiera sido la suerte, no solo de muchas de las personas que antecedieron a Cristo, sino también, la de todos los que decidimos ser sus seguidores. Indudablemente, se hubiera visto afectado el curso de los tiempos.
Las montañas descansaban en Cristo; los ríos seguían su curso incesante, por Cristo; los océanos nunca decían basta, en Cristo; los astros estaban a su tiempo, por gracia de Cristo. Llevemos la atención a las miríadas de laboratorios vegetales que la aun –y por ello podemos decir: misteriosa– fuerza de la fotosíntesis alimentaba, estaban funcionando por Cristo.
Las profundidades oceánicas, con su maravilloso mundo, donde criaturas extrañas transcurrían dubitativas entre lo animal y lo vegetal, burlando toda clasificación taxonómica; estaban allí con sus formas informes, pero inmutables, por Cristo. Todo lo que se mueve. Todo lo inerte, estaban allí por la palabra de su poder. El las sostenía. El les puso al principio: “Ley, que no será quebrantada”. “El mira la tierra, y ella tiembla”. “Toca los montes, y humean”. El universo que vemos, y el que no vemos, están llenos de su nombre.
Pero no solo más acá del Sol, se esperaba el cumplimiento de las profecías, acerca de su muerte. Sino que aún más allá del Sol, se estaba pendiente de este acontecimiento.
No solo los términos endebles del reino terrenal, con sus criaturas llenas de defectos, tenían todo su haber apostado a esta única esperanza, sino que, aun los seres perfectos que habitaban las firmes moradas del Reino de los Cielos, esperaban el apuntalamiento de los basamentos de su tambaleante estructura. Más adelante haremos consideraciones aclaratorias sobre esta afirmación.

 
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