-¡Vamos! ¡Ya! quieres ensayar un segundo estilo... quieres saber si en materia de amor, hay algo más superior, algo que aventaje a eso que en lenguaje de mostrador se llama bisutería. Y bien, ¿qué te falta para realizar tan poético ensueño?
-Una mujer.
-Exactamente. Pero me parece que con tu nombre, tu porvenir... tus atractivos personales, si me permites que así me exprese, no te será difícil encontrarla con sólo quererlo.
-No sólo con quererlo yo; es preciso que también lo quiera mi tía
-¿No me has dicho que tu tía deseaba casarte lo más pronto posible?
-Di mejor lo más ricamente posible- replicó el marqués -acentuando amargamente la frase -: mi tía sostiene que, siendo el matrimonio una pura lotería, de lo que solamente debe uno preocuparse, es del dote, abandonando lo demás al azar... Te aseguro que yo no opino del mismo modo... Compréndeme bien: no me encuentro en situación de mirar con desdén los títulos de renta al tres por ciento... pero, sin embargo, desearía que al mismo tiempo me ofreciera mi prometida ciertas garantías de honor y de dicha... y todavía añado, garantías excepcionales... Ya tú sabes la educación que hoy reciben las niñas... eso aterra. Y ahí tienes por qué mi matrimonio, aun deseándolo tanto mi tía y yo, no acaba de salir de los limbos de la hipótesis... A propósito de mi tía: ¿vas a venir a los Genets? Mi tía me dice en su última carta que cuándo puede contar contigo.
-A partir del 15 de agosto estoy libre y a sus órdenes.
-¡Magnífico! No la conoces, ¿es verdad?
-No, hijo, ni aun de retrato.
-Bien, ya te he dicho que como retrato, sería... ¿cómo te diría yo?... sería... un poco ingrata.
-Ya trataré de conquistarla.
-Tendrás méritos si lo consigues.
-Hasta la vista, pues.
-Hasta la vista, adiós.