Y como prueba de lo que venimos diciendo, manifestaremos que departiendo acerca de estos escabrosos particulares con el pintor Jacques Fabrice, a cuya casa solía ir por las tardes con el fin de tomar una taza de te y fumar un cigarrillo, se expresaba en estos términos el señor de Pierrepont, dirigiéndose a su amigo:
-¿ Sabes lo que me pasa? Hoy cumplo treinta y un años.
-Hermosa edad - replicó el pintor, que dibujaba al amparo de la amplia pantalla de su lámpara.
-Es, en efecto, una hermosa edad - continuó el señor de Pierrepont -es la edad en que el hombre se halla en la plenitud de sus facultades, pero es al mismo tiempo una hora crítica, una hora decisiva en la vida y sobre todo en la vida de un ocioso, de un simple dilettante como yo. Me encuentro, en esa fatídica línea que separa la juventud de la edad madura... Si resbalo, en ese período de la existencia, llevando a é1 las pasiones y los hábitos de los pasados días, no puedo hacerme ilusiones sobre el porvenir que me espera... Me parece que tengo algunas nociones siquiera de honor y de buen gusto... además, profeso instintivo horror a todo lo que es falso y bajo... y, sin embargo, si .me abandono al ciego destino en estos momentos de crisis, vislumbro un futuro que hiere todas mis singulares aprensiones... Entreveo en el horizonte amores de decadencia, una juventud artificial obstinándose en combatir en vano contra las advertencias y las humillaciones de la edad... secretas operaciones de tocador tan vergonzosas como inútiles... alguna vieja amante legítima in extremis... y otras mil cosas del mismo género, a las cuales, es cierto, amigo mío, que en nada me cedían cuanto a delicadeza., han concluido por resignarse mansamente... Pues bien, mi buen Fabrice, cuanto más reflexiono acerca del medio de escapar a este triste futuro, tanto más me convenzo de que no hay otro medio sino seguir la trillada senda de nuestros antecesores.
-¡ Ah! ¡ Ah!-- dijo Fabrice.
-¡ Naturalmente! - exclamó Pedro -; el matrimonio, sin duda que el matrimonio tiene sus inconvenientes, sus tristezas, sus peligros, pero, así y todo, es el mejor abrigo en que un hombre puede pasar tranquilo la vejez y aguardar la muerte sin deshonrar sus canas.
El pintor dio un hondo suspiro sin responder a Pedro.
-Dispénsame-- le dijo su amigo -. Este asunto te enoja con razón. No debiera haberlo olvidado.
-Mi experiencia personal es muy triste a este respecto; tú lo sabrás, Pedro - contestó el pintor -; pero, después de todo, eso no quiere decir nada... Hice un matrimonio de loco... en fin, no me arrepiento, porque, al cabo, tengo a mi hija.
-Precisamente- añadió Pierrepont -, tienes una hija... yo también puedo tener otra, tal vez un hijo, y esos son afectos distracciones que hacen olvidar a un hombre el eterno femenino: digo más : pueden revestir de cierto prestigio la edad madura de la vida... Es hermoso ver a un padre todavía joven llevando a sus hijos de la mano a paseo... ¡Bueno! qué quieres, vas a admirar mi candor... pero... pero siento como un vago deseo de amar siquiera una vez en la vida a una mujer honrada.
Los ojos del pintor se apartaron un momento del dibujo para fijarse con aire de extrañada símpatía en el bello rostro de su amigo.