- I -
En un extremo de la aldea Mironositsky, en la porchada del
alcalde Prokofy, se habían instalado para pasar la noche, dos cazadores llegados
al pueblo mucho después de anochecer: el veterinario Iván Ivanovich y el maestro
de escuela Burkin.
Iván Ivanovich tenía un donoso apellido: Chimcha-Guimalaysky,
cuya pomposidad estaba en contradicción, con la modestia de su persona. En toda
la comarca se le llamaba, sencillamente, Iván Ivanovich. Vivía no lejos de la
ciudad, en una hermosa finca, donde se dedicaba a la cura de las enfermedades
equinas. Aquel día había salido de casa para airearse un poco.
Burkin vivía en la ciudad; pero pasaba todas las vacaciones de
verano en la finca del conde P..., y era también muy conocido en la comarca.
Ni uno ni otro podían dormirse.
Iván Ivanovich, alto, enjuto, entrado en años, canoso,
bigotudo, fumaba su pipa, sentado junto a la puerta abierta de la porchada. La
luz de la Luna le daba de lleno en el rostro. Burkin yacía sobre un montón de
heno, en el fondo del aposento, sumergido en la obscuridad.
Hablaban de la alcaldesa, Mavra, una mujer fuerte y despejada,
que no había salido en toda su vida de la aldea y no había visto nunca la ciudad
ni el ferrocarril. Hacía algunos años que sólo salía a la calle por la
noche.