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- participen piadosa, consciente y activamente en la
acción sagrada;
- sean instruidos con la palabra de Dios;
- se fortalezcan en la mesa del Señor;
- den gracias a Dios;
- aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia
inmaculada, no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él;
- se perfeccionen día a día por Cristo Mediador en unión
con Dios y entre sí, para, finalmente, Dios sea todo en todos.»
Terminaremos este prólogo con un algunas citas del magisterio
que sobrecogen el ánimo ante el profundísimo misterio de la Eucaristía:
«La celebración de la Misa es el centro de toda la vida
cristiana para la Iglesia, universal y local, y para todos los fieles
individualmente, ya que en ella se culmina la acción con que Dios santifica en
Cristo al mundo, y el culto que los hombres tributan al Padre, adorándole por
medio de Cristo, Hijo de Dios. Todas las demás acciones sagradas y cualesquiera
obras de la vida cristiana se relacionan con ésta, proceden de ella y a ella se
ordenan».
«El sacramento más augusto, en el que se contiene, se ofrece y
se recibe al mismo Cristo Nuestro Señor, es la santísima Eucaristía, por la que
la Iglesia vive y crece continuamente. El Sacrificio Eucarístico, memorial de la
muerte y resurrección del Señor, en el cual se perpetúa a lo largo de los siglos
el Sacrificio de la cruz, es el culmen y la fuente de todo el culto y de toda la
vida cristiana, por el que se significa y realiza la unidad del pueblo de Dios y
se lleva a término la edificación del cuerpo de Cristo. Así, pues, los demás
sacramentos y todas las obras eclesiásticas de apostolado se unen estrechamente
a la santísima Eucaristía y a ella se ordenan».
«Tributen los fieles la máxima veneración a la santísima
Eucaristía, tomando parte activa en la celebración del Sacrificio augustísimo,
recibiendo este sacramento frecuentemente y con mucha devoción, y dándole culto
con suma adoración; los pastores de almas, al exponer la doctrina sobre este
sacramento, inculquen diligentemente a los fieles esta obligación».
Escuchados estos avisos no solamente nos podemos sentir algo
sobrecogidos ante la Eucaristía como un misterio insondable, sino experimentar
también el máximo regalo que Dios hizo a la humanidad y el mayor consuelo que
puede tener el corazón del hombre.
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Tres días para la Eucaristía - ¿Para qué vamos a Misa?
de José María Rueda Alcántara
ediciones elaleph.com
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