Estaban allí reunidos lo menos de setecientos a
ochocientos. De mediano estatura ; per robustos, ágiles, cabellos, hechos
para los saltos prodigiosos, Iban de acá para allá, a los
últimos resplandores del sol, que se ocultaba al otro lado de las
montañas escalonadas hacia el Oeste de la rada.
El disco rojizo desapareció bien pronto, y la obscuridad
comenzó a extenderse en medio de toda aquella cuenca encajonada entre las
lejanas sierras de Sonorra, de Ronda y del país desolado del Cuervo.
De repente, la tropa se inmovilizó. Su jefe acababa de
aparecer, montado en la misma cresta de la montaña, como sobre el torno
de un asno flaco. Desde el puesto de soldados, que estaba como colgado en lo
más extremo de la cima de la enorme roca, no se podía ver nada de
lo que pasaba bajo los árboles.
-¡Uiss, uiss! - silbó el jefe, cuyos labios,
recogidos como un culo de pollo, dieron a este silbido una intensidad
extraordinaria.
-¡Uiss, uiss! - repitió aquella extraña
tropa, formando un conjunto completo.
Un ser singular era este jefe de alta estatura, vestido con una
piel de mono con el pelo al exterior, la cabeza rodeada de una inculta y espesa
cabellera, la faz erizada de una barba corta, los pies descalzos, duros en las
plantas como cascos de caballos.