En aquel momento se oyó un cañonazo; el Birst gun
fire, disparado desde una de las baterías rasantes. Entonces, los
redobles del tambor, acompañados del agudo chillido del pito, se dejaron
oír.
Era la hora de la retreta, la hora da que cada cual entrara en
su casa. Ningún extranjero tenia ya derecho para transitar por la ciudad,
sin ir escoltado por un oficial de la guarnición. a los marineros se les
dio orden de volver a bordo entes de que las puertas de la ciudad estuviesen
cerradas. De cuarto en cuarto de hora, circulaban patrullas, que
conducían al puesto de vigilancia a los retrasados y a los borrachos.
Después, todo quedó en silencio.
El general Mac Kackmale podía dormir a pierna
suelta.
No parcela que Inglaterra tuviese nada que temer aquella noche por la
seguridad de su roca de Gibraltar.