El hábito continuo del libertinaje, en el cual había nacido, acompañado de una naturaleza débil y enfermiza; habían privado a la pobre niña de la inteligencia del bien y del mal, que, si Dios se la había concedido al nacer, nadie había cuidado de arraigar.
Jamás se borrará su recuerdo de mi memoria. Me parece que la veo diariamente y a la misma hora atravesar los bulevares, acompañada de su madre, con la asiduidad propia con que las madres dignas de serlo, acompañan a sus propias hijas. Como yo era muy joven, no me repugnaba, ni preocupaba por la ligera moral mi siglo.
A pesar de todo, recuerdo que aquella escandalosa vigilancia me repugnaba e infundía desprecio.
Añádese a ello que jamás se ha pintado rostro de virgen con mayor aureola de inocencia, con parecida expresión de sufrimiento.
Podía decirse que simbolizaba la resignación.
Cierto día el rostro de aquella criatura pareció iluminarse. De entre los desenfrenos que su madre tenía la llave, pareció que Dios permitía brotar cierta ventura. Y, bien considerado, ¿por qué Dios, que no le concediera fuerzas, lo había de dejar sin ayuda, bajo el enorme peso de la vida?
Aquel día, pues, Luisa sintió que iba a ser madre y lo que le quedaba aún de casto, se estremeció con su alma. La pobre niña corrió a participárselo a su madre para compartirse la alegría. Rubor cuesta decirlo, y no consigno una inmoralidad por puro capricho, doy fe de un hecho. Tal vez obraría mejor callándolo, si no creyese, como creo, que conviene revelar los martirios de estas infelices que el mundo condena sin oírlas y desprecia sin juzgarlas; rubor causa, repito, pero la madre contestó a la hija, que su miseria era ya extremada para las dos y que para tres sería insoportable, añadiendo que semejantes criaturas inútiles y que el período del embarazo es tiempo perdido.
Al otro día, cierta mujer, muy amiga de la madre, visitó a Luisa. La desgraciada joven guardó cama unos días, pasados los cuales se levantó aun más pálida y débil que de costumbre.
Pocos meses después inspiró compasión a un hombre que se propuso su curación física y moral; pero la última crisis había sido tan violenta que su naturaleza no pudo dominarla y falleció a causa de un alumbramiento prematuro.
Sobrevivió su madre. ¿De qué manera? Dios lo sabe.
Mientras contemplaba aquellos caprichosos objetos, recordaba esta historia, y al desvanecerse mi ensimismamiento, observé que me habían dejado solo, digo mal, había en la puerta un centinela observando, con atención, para evitar sin duda, que me llevase alguno de aquellos preciosos neceseres.
Acercándome al vigilante le dije:
-Amigo, ¿Podría decirme el nombre de la persona que vivio aquí?
-La señorita Margarita Gautier. Yo la conocía perfectamente.