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Habían leído unos anuncios, querían ver lo que por ellos se prometía, y elegir anticipadamente; nada más natural, lo que no era obstáculo a que entre aquel conjunto de maravillas procurasen encontrar las huellas de la meretriz sobre cuya vida debían haber oído cantar tan raras como extrañas aventuras.

En mal hora habían desaparecido los misterios con el fallecimiento de la heroína, y no obstante sus buenas intenciones, no pudieron encontrar aquellas damas nada que no fuese lo que podía venderse después de la muerte de la belleza que los animaba.

Prescindiendo de lo que era imposible encontrarse, podían hacerse buenas adquisiciones, puesto que cuantos objetos había expuestos eran verdaderamente magníficos. Muebles de palo de rosa y de álamo blanco, porcelanas de Sevres y de China, bronces de Sajonia, ricas tapiceras, raso, seda, metales preciosos; nada faltaba.

Paseé las habitaciones, siguiendo a los que se me habían anticipado. Las altas damas que me precedían entraron en un gabinete tapizado de tela persa; iba yo a penetrar también, cuando ellas retrocedieron sonriendo como avergonzadas de su curiosidad. Esto avivó más mi deseo y entré: era la pieza tocador, en la que se manifestaba la extremada prodigalidad de la difunta, con todos sus detalles y buen gusto.

Colocados con artístico desorden, sobre una gran mesa, arrimada a la pared, ostentábanse mil tesoros de Oudiot y Aucoc

No faltaba ninguno de los infinitos objetos necesarios al tocador de una mujer como la que vivió en aquella casa que no fuese de oro o de plata. Y cuidado que aquel armónico conjunto se había agrupado por las diversas manos de distintos amores.

Como yo estaba curado de espanto, entretúveme minuciosamente en examinar detalles, y pude observar que todos aquellos objetos trabajados con tanto artificio, iban marcados por diferentes cifras y blasones.

Contemplando aquellos ricos e innumerables datos equivalentes a otras tantas concesiones de la pobre joven, me decía a mí mismo: "Dios se le ha manifestado muy compasivo no dejando que sucumbiera al común castigo permitiéndole morir rodeada de lujo y belleza, y sin llegar a la vejez, primera muerte de las mujeres libres."

Efectivamente; ¿puede darse nada más horroroso que la vejez de la prostitución, sobre todo en la mujer? Privada de toda dignidad no inspira ninguna clase de interés. El remordimiento continuo, no del mal camino recorrido, sino de los cálculos equivocados y del dinero malversado, es una cosa verdaderamente triste. Conocí a una de estas desgraciadas ancianas, que de su pasado no lo quedaba más que una hija, casi tan hermosa como lo había sido la madre, según testimonio de sus contemporáneos. La infeliz niña, a la que su madre jamás había dado el nombre de hija por otra cosa que para ordenarle que sostuviese su vejez, en compensación de haberla mantenido en su infancia; aquella desgraciada criatura se llamaba Luisa, y por obediencia a su madre, se abandonaba al vicio sin voluntad, sin pasión, sin goce alguno, de igual manera que hubiera ejercido, si se lo hubiesen enseñado, u oficio cualquiera.

 
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La dama de las camelias de Alejandro Dumas   La dama de las camelias
de Alejandro Dumas

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