Os ruego que le propinéis un buen golpe al poeta cuando 
os cante las alabanzas del mes de mayo. Se trata de un mes que presiden los 
espíritus de la travesura y la demencia. En los bosques en flor rondan 
los duendes y los trasgos: Puck y su séquito de gnomos se dedican 
febrilmente a cometer desaguisados en la ciudad y en el campo.
En mayo, la naturaleza nos amonesta con un dedo admonitorio, 
recordándonos que no somos dioses, sino superengreídos miembros de 
su gran familia. Nos recuerda que somos hermanos de la almeja y del asno, 
vástagos directos de la flor y del chimpancé y primos de las 
tórtolas que se arrullan, de los patos que graznan, y de las criadas y 
los policías que están en los parques.
En mayo, Cupido hiere a ciegas: los millonarios se casan con 
las taquígrafas, los sabios profesores cortejan a masticadoras de chicle 
de blanco delantal que, detrás de los mostradores de los bares, sirven 
almuerzos a la americana; los jóvenes, provistos de escaleras, se 
deslizan rápidamente por los parques donde los espera Julieta en su 
enrejada ventana, con la maleta pronta; las parejas juveniles salen a pasear y 
vuelven casadas; los viejos se ponen polainas blancas y se pasean cerca de la 
Escuela Normal; hasta los hombres casados, sintiéndose 
insólitamente tiernos y sentimentales, les dan una palmada en la espalda 
a sus esposas y gruñen: "¿Cómo vamos, vieja?"
Este mes de mayo, que no es una diosa sino Circe, que se pone 
un traje de disfraz en el baile dado en honor de la bella Primavera que hace su 
presentación en sociedad, nos abruma a todos.
El viejo señor Coulson gruñó un poco y 
luego se sentó, muy enhiesto, en su silla de inválido. 
Tenía un fuerte reumatismo gotoso en un pie, una casa cerca de Gramercy 
Park, medio millón de dólares y una hija. Y también un ama 
de llaves, la señora Widdup. El hecho y el nombre merecen una frase cada 
uno. En la ventana junto a la cual estaba sentado el señor Coulson 
había junquillos, jacintos, geranios y pensamientos. La brisa trajo el 
olor de aquellas flores a la habitación. Inmediatamente se entabló 
una enconada lucha entre el olor de las flores y los enérgicos y activos 
efluvios del linimento para la gota. El linimento venció 
fácilmente, pero no antes de que las flores le aplicaran un uppercut a la 
nariz del viejo señor Coulson. Mayo, la implacable y falsa hechicera, 
había hecho su obra mortífera.