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La batería marcó el ritmo y la banda se lanzó a tocar su canción salvaje. Entonces todo el bar estalló en alabanzas y festejos. Las copas con cerveza se levantaron y algunas personas acompañaron con palmas. La música sonaba tan fuerte que sentía retumbar el sonido en mi pecho. Los oyentes encendieron cigarrillos y pidieron más bebida, yo mismo solicité a la mesera que me trajera otra botella. El cantante tenía una voz ronca y afinaba a duras penas, la letra de la canción integraba palabras que sentaban muy bien con el vocabulario general de aquellas personas. Hablaba de jolgorio y despreocupación, del agresivo ámbito callejero y de las tribulaciones del sexo. Todo en aquella música era tan vulgar, y, aun así, sentí que llegaba a una profundidad que no habría imaginado. Yo mismo me sentí arrastrado por la melodía y por la potencia de los estruendosos instrumentos; yo mismo empecé a sentir ese calor que invadía a todos; y creo que mi propia pestilencia comenzó a integrarse a la de los demás. Me acerqué un momento a un hombre de la mesa de al lado y le pedí un cigarrillo, aunque más tarde olvidé encenderlo. Me había integrado muy bien en todo aquel lugar. Realmente estaba disfrutando mucho mi última noche en la tierra, y era algo que no quería desaprovechar.
La excitación creció mucho en el lugar, un grupo de personas se levantó de sus asientos y se puso a bailar frente al escenario. No era un baile preciso y uniforme, más bien se movían con agitación y violencia al compás de la música, se empujaban y gritaban. Se veían muy felices y embriagados en su festejo. Entonces, entre los que bailaban, la vi... Era una muchacha muy hermosa. Tenía los cabellos oscuros y no era muy alta. Llevaba puesta una remera negra que ella misma había anudado en la zona del vientre para que dejara al descubierto la esbelta cintura clara. Usaba unos pantalones cortos que dejaban a la vista las piernas más bellas y firmes que hube visto. Y, como si todo eso no me hubiese fascinado ya suficiente, me produjo gran ternura ver las infantiles zapatillas que usaba. Bailaba tan frenética y jovial como todos los otros, con un vaso de cerveza en una mano, y siendo tan agresiva en sus movimientos como cualquiera de los que allí se agitaban en éxtasis. Noté con curiosidad que el costado derecho de su cabeza tenía el pelo rapado, mientras que todo lo demás era una larga cabellera que le caía por los hombros y la espalda. No había visto nunca a una chica con un peinado igual, o quizá sí había visto a muchas, sólo que a ninguna pude prestarle la atención que le prestaba a ella. Era realmente lo más hermoso que pude haber visto esa noche. Y no sólo era hermosa por su cuerpo, sino por el salvajismo de su actitud, la manera en la que se entregaba al placer de la danza, el varonil vocabulario con el que gritaba sus exclamaciones, la infantil despreocupación...
La miré durante mucho rato hasta que se percató de ello. Entonces bajé mi mirada y la fijé en las botellas de cerveza que había en mi mesa, una vacía y la otra a punto de estarlo. Fue el primer momento en la noche en el que sentí vergüenza ante algo que me pareciese relevante. Todo lo demás hasta ese momento me había resultado indiferente, pero no pude contener el reflejo evasivo en el instante en que la muchacha volteó en mi dirección. Era claro que se había dado cuenta de que la estaba  mirando. Procuré mantener la cabeza baja y la atención ocupada en algún otro asunto. Busqué a la mesera y le pedí otra botella. La que aún tenía algo de contenido la levanté y la vacié en apenas un momento bebiendo directamente del pico. La banda ya había tocado tres canciones seguidas y aprovecharon un momento para relajarse un poco e interactuar con el público, de entre el cual era claro que conocían a todos. En ese intervalo los danzantes se disgregaron y volvieron a sus asientos. La mano de la mesera apoyó entonces la tercera botella en la mesa y la abrió. Cuando esta fugaz distracción se terminó y volví a enderezar la vista, el corazón me dio un vuelco al ver que la muchacha que había estado observando se había acercado y se sentaba frente a mí, mirándome fijamente.
—Tú eres nuevo aquí, a ti nunca te había visto en este bar. —Me dijo con una leve sonrisa en el rostro. —Se ve que te gusta beber. —Miré entonces la acumulación de botellas en mi mesa y sentí que no sabía qué responder.
Pero no fue necesario que dijera nada. Ella tomó la tercera botella y se sirvió en mi vaso. Bebió con profunda bocanada y vació el contenido en apenas pocos segundos. Al ver el que inútilmente descansaba junto a mi mano, me preguntó si tenía un cigarrillo. Le dije que no tenía. Entonces se arrimó al hombre de la mesa de al lado y lo llamó por su nombre, eso me hizo corroborar una vez más que allí todos se conocían entre sí. Le pidió prestada su caja de cigarrillos y un encendedor. Luego ella misma llamó a la mesera, también por el nombre, y le pidió que nos trajera un cenicero y otro vaso. Después volvió a clavar sus ojos en mí mientras prendía su cigarrillo.
—¿Crees que puedes clavar los ojos en una chica sin invitarla luego a tomar un vaso de cerveza? Aquí las acciones se pagan y las consecuencias se afrontan. ¿Quieres que prenda tu cigarro? —Yo acepté y fumamos juntos. Me llamó la atención lo bella que se veía tras el velo de humo que danzaba frente a su rostro. Era tan segura... Aunque un poco insolente. —Mi nombre es Eva. ¿Tú quién eres?  
—Nadie. —Le dije. —Sólo un hombre muerto. —Mi tono fue frío y severo. Creo que cierta parte de mí quería asustarla con mi extravagante respuesta, ahuyentarla. No sé si era que no quería perder de vista mi intención inicial de no apegar mis emociones a nada aquella noche, o si era acaso que ella me daba a mí mucho más miedo del que quería infundirle. Creo que era más lo segundo, pues, si fuese por lo primero, no hubiera habido mayores problemas. La cosa es que ella no se intimidó para nada, al contrario, seguía tan sólida como hasta entonces.
—¿Un hombre muerto? ¿Y de qué ha muerto este hombre?, ¿cuándo fue que le ocurrió? Por lo demás, es la primera vez que veo a un muerto sentado en la mesa de un bar, bebiendo cerveza (y en tales cantidades...), mirando mujeres y escuchando sonar una banda de rock.
—Bueno, es complicado de explicar.
—Tenemos tiempo. —Comenzó a molestarme un poco que fuera tan obstinada. Me daba la sensación de que se estaba burlando de mí. Aunque ¿por qué no iba a hacerlo? Lo que le había dicho sonaba realmente ridículo y risible, sólo tenía sentido para mí, que era el que entendía la situación en la que me encontraba.
—Soy un suicida. Esta noche, hace algunas horas, terminé con mi vida, pero estaba muy nervioso y no logré disparar el tiro con el cual matarme. Por eso decidí morir primero y dejar el disparo para después, cuando volviera a casa, así sería más fácil. Por eso estoy aquí, vine a distenderme un poco antes de regresar y cumplir con lo que me falta. Mientras tanto soy sólo un cuerpo sin dueño, una consciencia errante y una voluntad sin fines ni menesteres. Soy como un espectro, supongo. Pero cuando llegue a casa seré como los muertos que conoces, y todo estará más en orden. —Creí que en ese momento, tras haber escuchado todo eso, sí se asustaría. Otra vez me equivoqué.

 
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