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Así vivíamos, mi loro y yo, en la más austera soledad, cuando una mañana ocurrió una cosa verdaderamente extraordinaria. Aquel día había abandonado mi cabaña muy temprano y hacía armado hasta los dientes, un viaje de exploración a través de mi isla. De pronto vi venir hacia mí un grupo de tres o cuatro personas, que hablaban casi a gritos y gesticulaban vivamente. ¡Dios mío! ¡Hombres en mi isla! No tuve tiempo más que para ocultarme detrás de un macizo de arbustos y me tendí con él vientre contra el suelo... Los hombres pasaron cerca de mí sin verme... Creí reconocer la voz del portero Colombe, y esto me tranquilizó un poco; pero, de todos modos, cuando se hubieron alejado los seguí a distancia para ver en qué pararía todo aquello. Aquellas gentes extrañas permanecieron largo tiempo en mi isla... La visitaron de un extremo a otro y le fijaron en todos los pormenores. Les vi entrar en mis grutas y sondear con sus bastones la profundidad de mis océanos. De cuando en cuando se detenían y meneaban la cabeza. Mi mayor temor era que al fin llegasen a descubrir mis residencias... ¡Qué hubiera sido de mí, gran Dios! Afortunadamente no ocurrió nada y a la media hora se marcharon aquellos hombres. |
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Poquita cosa
de Alphonse Daudet
ediciones elaleph.com
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