Embozados y con nieve en los pies, tiritando con delicia, iban
llegando amigos y vecinos.
Se calentaron todos bien, se estrecharon; allí al
abrigo, se oía silbar el cierzo. ¡Qué linda cena! ¡Una
verdadera cena de nochebuena!
Pero eso sí, a la mañana siguiente, la
cabaña había vuelto a ser cabaña; afuera no quedaba huella
alguna de nieve: un cielo azul, un sol abrasador; los pájaro-moscas
seguían zumbando, los grandes aras chillaban sobre los
árboles.
Sin embargo, el pequeño Friquet encontró
completamente húmedas sus babuchas bordadas de perlas... pero
podía ser que fuese el rocío de la noche...
-¿Y eso es verdad?
-¡No me atrevería a jurarlo! ni aun cuando se trate del
buen Noel, yo no tengo fe en los milagros. Pero el pequeño Friquet cree a
pie Juntillas en la aventura. Me la ha contado con la mayor
gravedad...