Friquet, desde su cama, se decía:
-Si Noël, ya que no tiene nada, pudiera traerme
aunque sólo fuera un puñado, un gran puñado de nieve, de
esa nieve blanca y fría que tanta tristeza me da todos los años,
yo me contentaría con eso: así me acordaría de Francia!
Entonces, y como si lo hubiese oído, el buen hombre
recogió del alero un buen puñado de nieve, lo metió en la
caja, encendió la pipa y partió. La pipa brillaba en la noche.
Algunos pastores la tomaron por una estrella.
-¡Ay! -pensaba el pequeño Friquet. -¡El
viaje es largo, el buen hombre es viejo! ¡Por mucho que camine y se
apresure bajo el sol ardiente, a través de los desiertos, la nieve se
habrá derretido antes de que pueda llegar hasta aquí!..
Y cuando el bueno de Noel llegó con su caja, sudoroso y
jadeante, aun quedaba en el fondo un poco de nieve, pero tan poco, tan poco, que
apenas era del tamaño de una avellana.