Tan lejos, tan lejos de la patria, el pequeño Friquet,
se encontró sin saber cómo, en su propia aldea, tal como es la
noche de nochebuena.
La estrecha calle blanca y solitaria, entre dos filas de
fachadas adornadas de hielo, se aclaraba al reflejo jubiloso de las ventanas
iluminadas interiormente; en el aire había canciones, un agradable olor
de cocina y de vino dulce, y por sobre los techos, con sus botas que no sonaban
a causa de la nieve espesa, el bueno de Noel, el repartidor de los dones de
Navidad, con escarcha en la barba, pasaba mirando por la abertura de cada
chimenea, y echando dentro juguetes que sacaba de una gran caja.
Luego, el bueno de Noel se detuvo, y arrimándose a un
caño exclamó:
-¡Vaya! ¡Ya he concluido mi jornada! ahora de lo
que se trata es de respirar un poco y de fumar una buena pipa. -Pero de repente,
rascándose la punta de la nariz, que el cierzo le había puesto
roja, agregó: -¡Ah, caramba! ¡Ya me iba olvidando del
pequeño Friquet!.. Desgraciadamente lo he distribuido todo...
¿Qué diablos pondré en las babuchas bordadas de perlas?