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FERNANDO NORONHA.-20 de febrero: Hasta donde pudieron llegar mis observaciones en las pocas horas que estuvimos en este sitio, la constitución de la isla es volcánica, pero probablemente no de reciente fecha. El rasgo más característico es un cerro cónico de unos trescientos metros de alto, cuya parte superior es muy escarpada y con resaltos en uno de sus lados. La roca es fonolita y está dividida en columnas irregulares. Al ver una de estas masas aisladas se inclina uno a creer que han surgido repentinamente en estado semiflúido. En Santa Elena, sin embargo, comprobé que ciertos pináculos, de figura y constitución muy semejantes, habían sido formados por la inyección de roca fundida en estratos blandos, los cuales habían formado así los moles para estos gigantescos obeliscos. Toda la isla está cubierta de bosques; mas a causa de la sequía del clima la vegetación no se presenta exuberante. A medio camino de la montaña, algunas grandes masas de roca en forma de columna, sombreadas por árboles parecidos al laurel y adornadas por otros con flores rosadas y sin una hoja, daban aspecto agradable a las partes más próximas del paisaje.

BAHÍA 0 SAN SALVADOR (BRASIL).-29 de febrero: El día se me ha pasado deliciosamente; pero este calificativo no expresa con bastante fuerza los sentimientos del naturalista que por vez primera discurre a su albedrío en un bosque brasileño. La elegancia de las diversas clases de hierbas, la novedad de las plantas parásitas, la belleza de las flores, el verde lustroso del follaje, y, sobre todo, la general exuberancia de la vegetación, me llenaron de admiración (1). La más paradójica mezcla de ruido y silencio envuelve las regiones sombrías del bosque. El zumbido de los insectos es tan fuerte que puede oírse en un navío anclado a varios centenares de metros de la costa; sin embargo, en los lugares retirados parece reinar un silencio universal. Para cualquier aficionado a la historia natural, un día como éste le procurará placeres superiores a todo cuanto puede esperar, cuya repetición buscará vanamente en lo venidero. Después de vagar por algunas horas, regresé al lugar de desembarco; pero antes de llegar me sorprendió una tormenta tropical. Procuré cobijarme bajo un árbol, de tan espeso ramaje que jamás le hubieran penetrado las lluvias de Inglaterra; pero aquí en un par de minutos fluía un pequeño torrente a lo largo del tronco. A esta violencia de la lluvia debemos atribuir el verdor que alfombra el suelo de los bosques más espesos; si las lluvias fueran como las de los climas fríos quedarían absorbidas o evaporadas antes de llegar a la tierra. Por ahora no intentaré describir el magnífico paisaje de esta soberbia bahía, porque al navegar con rumbo a casa tocamos en este punto por segunda vez, y al llegar allá en mi relato tendré ocasión de extenderme sobre el particular.

 
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