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Como era una imprudencia confiarse por el antecedente de Cuba, se le ordenaba estudiar la situación en la capital mexicana para compenetrarse en el caso México. Con posterioridad sería enterado de su misión, y de cuál sería el camino más adecuado para anular el avance comunista y cortar de tajo cualquier movimiento armado desde antes de su inicio.

Regresó a su habitación; pero antes de abrir la puerta, se percató de que el hilo transparente que siempre dejaba al salir, estaba en el suelo. Por eso, acostumbraba llevar consigo la documentación clasificada como confidencial, fotografías, códigos, números de emergencia y listas de escondites seguros, además de los utensilios de trabajo que le hubiera entregado algún compañero. Sólo dejó sus efectos personales, pero se había llevado el sobre y el bolso.

Penetró con sigilo. Todo parecía en orden y sin husmeadores. Sabía que ningún estadounidense llega a este país sin ser vigilado tanto por el servicio secreto local como por la KGB (agencia de inteligencia soviética) o la GRU (inteligencia militar soviética): todo diplomático, corresponsal extranjero u hombre de negocios es potencial agitador o espía. Con seguridad, la propia Compañía había realizado un barrido electrónico antes de que él llegara, pero en ese momento ignoraba si le habían plantado algunos micrófonos.

Vivía en constante zozobra debido a la cada vez más evidente indiscreción de los soviéticos. Por tal razón, reflexionó por unos instantes sobre qué podría delatarlo como agente doble. Y de lo que traía, nada era comprometedor. Pensó en la cámara Minox en miniatura que iba a recibir en Houston de manos de los soviéticos antes de saber que iría a México como fotógrafo y tendría una cámara a su disposición. ¿Qué hubiera pasado si los del contraespionaje de la CIA o los del FBI hubieran encontrado la Minox? Imaginó que en ese momento ya estaría detenido o quizás ejecutado. Después de recuperar la calma, preparó los documentos que le habían dado como confidenciales y los fotografió a conciencia. «Con o sin micrófonos, me mantendré callado el mayor tiempo posible.»

Durmió confiado: el gobierno mexicano lo recibía como a uno más de los cientos de corresponsales extranjeros que iban a cubrir los Juegos Olímpicos, los soviéticos sólo obtendrían más información si pagaban un buen precio, y sus compatriotas ignoraban su juego a dos puntas, aunque todo mostraba que alguien había seguido a Sanchez. Por eso se preguntó si Robert Sanchez era un novato o un irresponsable, o si lo había hecho a propósito.
 
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