Pues
ya lo digo: pretendo vivir cada día mi kairós. Experimentar el momento,
transcendiendo el tiempo, eso es la felicidad, y también la experiencia mística:
"Mi amado, las montañas, los valles solitarios, nemorosos, las ínsulas
extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos.", cantó
en su arrobo místico San Juan de la Cruz, así, sin verbos, sin pasado ni futuro,
ni antes, ni después: sólo el presente total, pleno, plenificante, desbordante,
cósmico y azul.
El
tiempo es sólo autoconciencia, creación subjetiva de la consciencia personal,
que se objetiviza en las hojas del almanaque, y en las de los árboles. Pero, en
realidad, el tiempo solamente existe en el acto de
pensarlo.
Lo
que sí existe es el cambio, el recambio de las hojas de los árboles, las noches
tras de los días, las albas y los ocasos, las estaciones con todas las variantes
que refleja nuestro fenotipo y nuestro sistema neurovegetativo y endocrino. Y es
a la consciencia de esos cambios y sucesiones a lo que llamamos tiempo. Un hilo
tan sutil como el que pasa del "higo a la breva", que es una regla medicional de
la cultura rural.
Día 4 de febrero
Acabamos
de llegar, Julia y yo, después de haber pasado el fin de semana junto al mar, en
nuestro apartamento de Torremolinos. Recogimos a Julia Victoria, nuestra hija, a
las 10. 30 de la noche en el TALGO que venía directamente desde Madrid. Nos
dirigimos rápidamente a casa de los amigos Luisa y Juan, donde nos esperaban con
la tarta y las 6 velas encendidas para celebrar el cumpleaños del pequeño y
encantador Juan.