Ya
creo tener claro que si me he propuesto escribir este blog no es "para
matar el tiempo" sino por todo lo contrario: para que el tiempo no se
me muera.
Día 2 de febrero
Este
blog, que adopté ayer, queda consignado y fechado en un día plácido de invierno,
con el cielo gris acero, brillante y húmedo, con un airecillo frío estimulador
de todo mi sistema neurovegetativo.
Y
ya que escribía ayer posicionándome entre fechas, días y estaciones, quiero hoy
consignar mi convicción rebelde y contrariada de que hemos generado un concepto
de tiempo excesivamente mercantil: ahorrar tiempo, ganar o perder tiempo,
invertir el tiempo, tener o no tener tiempo: "El tiempo es oro", o más
explícitamente, como lo dicen los ingleses, "Time is money", es moneda
de cambio. Los griegos clásicos se referían al tiempo con dos palabras
"Chronos", el tiempo del reloj, que transcurre progresivamente y se
experimenta con la angustia avariciosa de aprovecharlo o de perderlo. La otra
palabra es "Kairós", el tiempo "phático", el tiempo sentido como
oportunidad, como suerte, para vivirlo, para disfrutarlo, para nadar en él, o
flotar, como en el mar de las inmensidades ilimitadas.
De
alguna manera, todo es elaboración del lenguaje: "Las enfermedades del alma
son enfermedades del lenguaje", sentenció, no sin razón, Nietzsche. Y yo
tengo que elegir entre dos palabras: o chronos o kairós.