Día 19 de febrero
El
fin de semana, además del traslado del despacho, encontramos tiempo para ir a
Costa Lago y para ver en Plaza Mayor la deseada película BABEL: algo horrible,
acongojante, trágico, revelador, bellísimo, insuperable. Una parábola de la
humanidad, como horror y como amor. Una Babel de lenguas, estilos de vida,
culturas, costumbres. Las consecuencias insospechables de nuestras acciones,
como el aleteo de una mariposa que desencadena tempestades en cualquier otro
lugar del mundo. Escribió el Director Alejandro González Iñárritu que lo que
hace feliz a un japonés, a un marroquí o a un mejicano quizás sea muy diferente,
pero lo que nos hace sentir mal es lo mismo para todos. Dentro de una red de
acontecimientos imprevisibles, concatenados a nivel mundial, el mismo horror, el
mismo dolor, la misma crueldad, la misma confusión, la misma impotencia, el
mismo desamparo, la misma ternura. La familia como único espacio de consuelo y
de amor. Excelente película. ¿La valorarán por debajo de VOLVER de Almodóvar?.
Día 22 de febrero
De
mis años de profesor universitario me ha quedado la convicción de que la
Universidad tiene que ser selectiva por esencia. No me refiero, por supuesto, a
una selección injusta por privilegios de clases sociales o de suficiencias
económicas. Sino a la selección natural de la convicción, de la decisión
personal, desde una motivación individual profunda. En otras palabras: la
Universidad como vocación intelectual. La masa no se determina por vocación,
sino guiada ab extrínseco, empujada, condicionada por la propaganda,
por los convencionalismos sociales o familiares, que en este caso se resumen en
"buscarse un apaño para toda la vida", no el que uno elija, sino el que
le permitan las estrechas rendijas entre los "numerus clausus". Esta es la razón por la que esta Universidad
masificada ha dejado de ser sementera de formación intelectual y de cultura
humanística y ha devenido en puramente tecnocrática, es decir:
proporcionadora de un entrenamiento técnico -siempre fatalmente insuficiente- en
las diversas materias disciplinares, para "ir aprendiendo después con la
práctica". Mi contraargumento frente a la orgullosa autosatisfacción de mi
ex colega es que la Universidad tecnocrática hace de la mediocridad un ideal
social. Por eso echo de menos una universidad de "elites"
intelectuales (no, por supuesto, de clases sociales o poder económico),
entendiendo por elite el grupo, más o menos extenso, de personas vocacionadas y
movilizadas por ideas superiores.