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Bien se sabe que el gran viejo Hugo no dejó musa de la cual no recibiera favores. Tronó en la epopeya, brilló en la historia, resplandeció en el drama... ¡Y en todo tan gigantesco!

De muy mozo escribía hexámetros, y leyendo a los clásicos antiguos ensayó la tragedia. Fue fecundo y universal. Buen astrónomo, no dejo sol sin escudriñar, y quedó la huella de su espíritu por todas las constelaciones del inmenso cielo del arte.

Escribió aquella gran trilogía que alzo, a manera de monumento, frente al antiguo edificio clásico: Hernani, Lucrecia Borgia, Los Burgraves; mezclando la carcajada amarga, el grito de angustia, el amor apacible y el ruido de los cascabeles del bufón, dio a las tablas Los Hallazgos de Galo. Más todavía. Ya nevada la cima de aquella montaña, ya poniéndose aquel astro luminoso, dejó, como último reflejo de su lumbre, Torquemada, tragedia grandiosa, que abarca en sí grandes tendencias de religión y de política. Hernani fue la primera batalla de los románticos contra los clásicos. Es de recordar lo que refiere Gautier, el fiel discípulo de Hugo, de aquellas verdaderas luchas en el teatro, de los chalecos rojos de los partidarios del gran novador y los dientes quebrados de los que, prevenidos con sus llaves, preludiaban las silbas.

Entonces se aplaudían aquellos actores, entre los cuales aparecía, excelente y plausible, el celebrado Joanny; viejo y poético, como le llama Ernesto Legouvé, haciendo un Ruy Gómez como nadie pudo superarle, excelente declamador y con tan buena memoria como arte y experiencia. Llamábale la Mars «el viejo León» y Hugo solía traer gratos recuerdos de quien en su Hernani lograba tan crecidos triunfos.

Cuando Hernani apareció, ¡qué silbas! Sólo pueden compararse a las que escarnecieron a Ruy Blas y Los Burgraves. Mientras los partidarios de los clásicos hacían de las suyas con las obras nuevas, con sus burlas y sus explosiones en los estrenos, Gautier, Vacquerie y Pablo Maurice combatían, y Ponsard se reía por lo bajo, aquel socarrón Ponsard que, por aquellos días, escribía tragedias, muy orondo.

La silba era la gran arma de los enemigos del romanticismo.

Una noche, en el estreno de una pieza de Augusto Vacquerie Monsieur de Champfleury se levantó de su asiento, y con la mayor exaltación exclamó, señalando a uno de los que silbaban en un palco:

- ¡Ved ahí al asno!

Así comenzó el romanticismo, oponiéndose a los antiguos sostenedores de la escuela clásica, y como campeón invencible, Víctor Hugo, quien más tarde vencedor, tuvo en sus seguidores las más brillantes figuras de las letras francesas.

* * *

Hernani apareció poco después de que el lápiz rojo de Monsieur de Martignac, a la sazón Ministro, había marcado con el estigma de una censura vulgar y meticulosa el drama de Hugo, Marion Delorme. ¡Ah! Pero mientras se prohibía Marion, el poderoso novador estaba forjando su Hernani. Ya se veía el chispear de la fragua y se oía el martilleo del titán.

Y Hernani apareció; se pudo logar que se permitiese su representación, a pesar de que los empolvados académicos de la Francesa llegaran hasta pedir al rey que evitase aquel escándalo. Pero Hugo se llegó cerca de Carlos décimo, e hizo contrapeso a la balanza, en uno de cuyos platillos estaban los rancios pergaminos de los inmortales, y en el otro una tempestad. La tempestad peso más.

Ello sucedía el año de 1830.

En febrero del mismo año se efectuó la gran lucha, reventó la bomba, se estrenó Hernani.

Los contrarios hicieron provisión de papas y limones. La bizarra legión, cuyo general era Hugo, tenía divisas rojas, valor indomable, cabeza y puños excelentes.

Así fue que cuando los silbidos comenzaron y en el escenario cayeron papas y limones, hubo mandíbulas rotas, ternos callejeros, pugna completa. Y al fin quedaron vencedores los románticos.

¡Qué tiempos aquellos!

Una de las representaciones más memorables de Hernani, después del tumultuoso y agitado estreno, fue la que se verificó en 1877, en el Teatro Francés, cuando en París estaba reunido lo mejor del viejo mundo.

Sarah Bernhardt hacía la Doña Sol; Got el Don Carlos: Worms el Hernani. ¡Qué triunfo, qué apoteosis!

En los palcos, que estaban como cestos de flores por bellezas y donosuras, se erguían las damas, se arrancaban del pecho y de la cabeza sus ramos y sus joyas, y los arrojaban a las tablas. Entre tanto, el viejo autor estaba por ahí, en un palco, junto con sus netezuelos, y lloraba de gozo aquel gigante. Sarah le encanto. Había visto a su Doña Sol hecha por la Mars, magníficamente; pero en la Bernhardt encontró una superioridad inmensa. Cuando Sarah, en el último acto, muere junto al cadáver del protagonista, entonces, mientras los guantes estallaban por los aplausos, las flores llovían, Hugo brotaba lágrimas conmovido: y luego que pasó la representación, envió a Sarah un brillante preciosísimo con las siguientes palabras escritas en una tarjeta: «Recibidlo a nombre de una lágrima que he derramado al oíros».

Hernani tiene su origen en viejas comedias españolas. El aprovecharse de los frutos del cercado ajeno, no es sólo de los románticos: bien se sabe que los clásicos franceses han huroneado por los campos españoles, para escribir muchas piezas célebres. Sin ir muy lejos, Corneille.

Hernani obra con personajes españoles, nacida francesa, se resiente de los hexámetros acentuados de Víctor Hugo. Doña Sol debe hablar en romance limpio como el de nuestras antiguas comedias de capa y espada, y los personajes que forman como el marco de esa gran figura, de la misma manera.

En la representación de Hernani que hemos visto en el Municipal de Santiago, nos hemos convencido de ello: esos españoles eran muy franceses, y uno como el rey Don Carlos, y otro como Ruy Gómez de Silva, resultaban tan gabachos, que no había más que ver. Lo que es la concepción de la obra, es digna de Hugo: en lo que hemos dicho anteriormente, nos referimos tan sólo a la impresión que a un público que habla español produce Hernani en francés.

 
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