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Se acercó al Jefe con paso rápido y le dedicó una tocada a la visera de la gorra marrón y un talonazo de las botas de potro. Tal vez estos gestos contendrían el germen de un saludo militar aprendido años atrás.
—¿Qué pasa, amigo? —Don Severo variaba el tratamiento con que se dirigía a sus subordinados afectando siempre un tono monocorde, como si aquellos no fueran merecedores de sus expresiones emocionales. En esta oportunidad se dirigió a su agente más apreciado con el rótulo de “amigo” y esto implicaba un grado de reconvención anticipada. Era como si dijera: “espero que tenga una buena razón para hacer sudar a ese pingo y para molestarme a la hora de comer... ”
El agente miró de soslayo a la mujer que, con la pava en la mano, trataba de entender el nudo de la cuestión. Parecía evidente que Cosme no quería desembuchar frente a ella.
El comisario captó el visaje y, sin sacar los ojos del uniformado, le dijo a su mujer:
—Dejáme un rato con el agente, Elvira —el acento escueto no dio siquiera lugar a respuesta. Ella entró inmediatamente en la casa y cerró la puerta tras de sí.
—Bueno... —Don Severo esperaba.
—Mi Jefe, parece que ha sucedido otra vez, esta mañana —el comisario no pareció acusar emoción alguna al escuchar estas palabras, pero el silencio gravoso confirió autorización para continuar con el escueto informe.
—Son cuatro personas... una familia completa. El matrimonio y dos hijos. Ahorita mesmo están en el destacamento. Ya he mandado a avisar al dotor...
El comisario golpeó su pantorrilla con el talero y se quitó el sombrero. Inmediatamente Cosme se descubrió, como su Jefe.
—Bueno, vaya nomás amigo. Que el dotor me espere. No quiero que nadies hable con la gente antes que yo llegue, ¿estamos?
—¡Como mande, mi Jefe! —El agente afectó un saludo similar al de la llegada, recorrió los metros que lo separaban de su caballo en dos saltos y montó con agilidad. Después, salió al trote en dirección al pueblo.
El comisario se quedó mirando a su subordinado mientras se alejaba de las casas. Una sombra de preocupación le nublaba la frente. Tendría que decidir de qué manera actuar con los intrusos.
—¡Elvira! ¡Ensilláme el “Oscuro”! —casi gritó hacia la casa y, sin esperar respuesta, buscó refugio en el interior sombreado.

 
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Almuerzo en Domselaar de Adalberto Carlos Ontivero   Almuerzo en Domselaar
de Adalberto Carlos Ontivero

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