Efectivamente, al día siguiente, en medio de la tensa expectación de la
infantil audiencia, siguió el relato:
Finalmente triunfaron los gigantes, quienes
mataron a golpes o estrangulación a la mayoría de los guerreros i habitantes,
que habían continuado la batalla en la planicie de la cumbre. Unos cuantos
hombres i mujeres fueron conservados como esclavos, i el cacique i sus dos hijos
fueron reducidos a cautiverio. El astuto propósito de mantenerlos con vida fue
conseguir de este modo, con amenazas de muerte real, que los súbditos no se
rebelasen i les prestasen los servicios que ellos querían. Con igual previsión i
astucia, por temor a la deserción, no los enviaban a buscar los alimentos. Tal
trabajo era efectuado por ellos mismos, aunque les significaba mantener la
constante i enconada disputa con los enormes animales antediluvianos.
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Un día tempestuoso, de lluvia diluvial,
rayos, centellas i truenos horrísonos, se vio descender, poco a poco, una nube
densa, de colores parecidos a los del arco iris, i de ella bajar a la sabana
próxima los Tumbas.
-¿Los Tumbas? -preguntó atemorizado uno
de los niños.
En son de broma así se llamaban ellos
mismos. Eran tres hermanos blancos, conocidos con los apodos de Tumbacasas,
Tumbacerros i Tumbaárboles.
Ambularon unas horas por la sabana,
eludiendo hábilmente el ataque de un mastodonte primero i de un predador volante
después; entraron al bosque en busca de frutas i caza menor, i después que
terminó la lluvia, ya oscurecido, decidieron explorar el cerro. Nadie les había
informado que estaba habitado ni quiénes eran sus pobladores. Pero, por una
inexplicable premonición, supieron que allí algo ocurría, i que eso era injusto
i cruel. Burlando la férrea vigilancia que los gigantes mantenían para
protegerse de posibles asaltos de grandes animales, uno de los Tumbas coronó el
cerro i pudo acercarse a las rudimentarias chozas. Un indígena le contó la
historia, le explicó lo sucedido.
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