En
su lento desplazamiento, un día los gigantes llegaron al pie del hermoso cerro
que he mencionado, uno de cuyos rocosos extremos llegaba hasta el mar. Allí se
enteraron de que en su cumbre había un pequeño reino indígena. Un cacique, un
príncipe i una princesa gobernaban la pequeña comunidad, igualmente atrasada i
en lucha con los grandes saurios, que parecían haberlos sitiado allí. Mediante
incursiones sigilosas obtenían sus alimentos del mar i el bosque. Asimismo, sus
únicas armas eran las piedras, mazas i lanzas de ramas de árboles, a las que
sacaban puntas frotándolas en las ásperas superficies de las abundantes rocas
que tenían a su disposición, que emergieron del fondo del mar muchos millones de
años antes.
Los
gigantes comenzaron a subir por la escarpada ladera norte del cerro. Fueron
rechazados con palos i piedras por los guerreros del cacicazgo. Pero
insistieron. Se producían bajas de parte i parte. La lucha se
prolongaba...
-Bueno, ya es mui tarde; es hora de que vayan a dormir. Si no tengo
trabajo mañana, les contaré el resto.
-No, un momentito más, ¿quién ganó el
combate?
-¡
A dormir ! Ya les dije que mañana continuaré.
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