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Además, de su estado de continua excitación y de las nerviosas
muecas de su cara, su locura se manifiesta en lo siguiente : algunas veces, al
cerrar el día, envuélvese estrechamente en su bata y, temblando de pies a cabeza
y castañeteando los dientes, empieza a pasear rápidamente de un extremo a otro y
en los espacios que quedan entre las camas. En tales momentos parece tener un
fuerte acceso de fiebre. A juzgar por sus paradas inesperadas y por las miradas
que dirige a sus compañeros, es evidente que quisiera decir algo muy grave pero
como, según parece, no le escucharían o no le comprenderían, se limita a sacudir
nerviosamente la cabeza sin interrumpir su movimiento. Poco después, sin
embargo, el deseo de desahogarse en palabras se impone a todos sus pensamientos,
y el enfermo cede a su deseo, hablando con arrebato y pasión. Su discurso es
incoherente, como un delirio de la fiebre no siempre comprensible, aunque,
percíbese en sus palabras y en su voz un acento extremadamente agradable. Cuando
empieza a hablar, pronto se puede reconocer en él a un demente pero también a un
ser humano... Sería difícil querer transcribir su discurso... Habla de la maldad
humana, de la verdad maltratada, de la hermosa vida, que, andando el tiempo,
habrá en la tierra, del enrejado, de las ventanas, que le recuerda a cada minuto
la estupidez y la brutalidad. de los opresores. También se le oye canturrear un
pot pourri confuso y absurdo, compuesto de fragmentos de canciones de
otros tiempos. |
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El loco
de Anton Chéjov
ediciones elaleph.com
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