Los enfermos son locos...
En conjunto hay allí cinco personas. Solamente un paciente es
de origen distinguido, y todos los demás son simples burgueses.
El más próximo a la puerta, un burgués de alta estatura,
delgado, de bigote rubio y reluciente, de ojos lacrimosos, está sentado en la
cama, con la cabeza apoyada en una mano, con la mirada fija siempre en un mismo
punto. Durante días y noches enteros se le ve afligido, moviendo la cabeza,
suspirando y sonriendo a ratos amargamente... Raras veces toma parte en las
conversaciones y casi nunca suele contestar a las preguntas que se le dirigen.
Cuando se le presenta la comida, come y bebe maquinalmente... A juzgar por la
tos atormentadora y violenta que le ataca de vez en cuando, por su demacrada
complexión y por las manchas rojas en las mejillas, está en el primer grado de
la tisis....
Su vecino es un viejo, bajito, vivaracho y ágil, de barbilla
puntiaguda y de cabellos crespos como los de un negro. Durante el día, suele
pasear por la sala de una ventana a la otra, si no permanece sentado en su cama,
con las piernas cruzadas a la turca, silbando a ratos nerviosamente como un
pinzón, o bien canturreando y riendo entre dientes. Su ingenua alegría infantil
y la agilidad de su carácter se manifiesta también durante la noche, en que
suele levantarse para prepararse a la oración, que consiste en golpearse con los
puños el pecho, meneando al mismo tiempo el dedo metido en la cerradura de la
puerta. Es un judío llamado Moisés, un pobre hombre, que se volvió loco hace
veinte años, después de haber perdido, a consecuencia de un incendio, su tienda
de sombrerería.