Bebé vuelve a caer postrado. Sus pies se han enfriado
mucho; Clara los aprieta en sus manos, y los besa. ¡Todo inútil! El
doctor prepara una vasija bien cerrada y llena de agua casi hirviente. La pone
en los pies del enfermito. Éste ya no habla, ya no mira; ya no se queja;
nada más tose, y de cuando en cuando, dice con voz apenas
perceptible:
-¡Mamá, mamá, no me dejen solo!
Clara y Pablo lloran, ruegan a Dios, suplican, mandan a la
muerte, se quejan del doctor, enclavijan las manos, se desesperan, acarician y
besan. ¡Todo en vano! El enfermito ya no habla, ya no mira, ya no se
queja: tose, tose. Tuerce los bracitos como si fuera a levantarse, abre los
ojos, mira a su padre como diciéndole:
"¡Defiéndeme!", vuelve a cerrarlos... ¡Ay!
¡Bebé ya no habla, ya no mira, ya no se queja, ya no tose; ya
está muerto!
Dos niños pasan riendo y cantando por la ralle:
-¡Mi Año Nuevo! ¡Mi Año
Nuevo!