-Coronel,
creo conveniente que indique al chofer que tome por la senda de la derecha, por
donde va a encontrar mejores pasos y vados en los pequeños arroyos hasta llegar
al cruce del camino a Carpiquet; allí, que gire a la derecha hasta la primer
casa con techos verdes, cercado blanco y amplio acceso a los galpones. Entonces
si estaremos en casa.
Ese sector de la Baja Normandía, exenta casi del bocage
que separa los terrenos en grandes parcelas, con ligeras colinas que se asemejan
a las famosas cuchillas entrerrianas de Argentina, permitía un amplio dominio
por las vistas, de todas las cercanías, por su elevación no mayor de 200 metros
sobre el nivel del mar, con su open field apenas interrumpido por grupos
de árboles, isletas vegetales muy necesarias en verano cuando se sueltan las
vacas y crías de ganado normando a pastorear en abierto. Con una temperatura de
5 grados centígrados casi a media mañana y con la helada que había caído, el
campo casi parecía nevado. El cielo muy nublado, dejaba pasar rayos de un débil
sol y la bruma que se elevaba al comenzar a calentarse la tierra, hacía semejar
los alrededores a un viejo grabado de época, muy ocre, casi distante... y
silencioso. No había venido muy bien esa helada tardía, de pre-invierno pero el
viento marino y casi del oeste no hacía presagiar lluvia. Este año ya habían
caído más de 1.200 mm y los caminos y los campos habían sufrido las
consecuencias.
La columna serpenteaba por el sendero elegido, haciendo crujir
la escarcha con sus neumáticos. La escolta, no gozaba del paisaje, por supuesto,
atisbando atentamente, tanto el recorrido a realizar como los lugares ya
pasados, alertas a supuestos conflictos emergentes por la responsabilidad de
cuidar al más veterano soldado de Alemania, en servicio activo, orgullo del
Tercer Reich, aunque no fuera del gusto del viejo Mariscal.