-Pero
además, estarán extrañados, tal como yo, de su tranquilidad para relacionarse
con un desconocido y que éste no ponga en peligro su seguridad -agregó Latour.
-¡Señor!
¿Cree Ud. que puedo tener la ingenuidad de no haber hecho pasar por el tamiz de
nuestro Servicio de Inteligencia a todas y cada una de las personas con que
pudiera encontrarme, fortuitamente o no, en mi recorrido de inspección?
-finalizó.
Claude hizo un gesto como de obvio reconocimiento, casi una
reverencia, que mereció otra leve sonrisa complaciente de von
Rundstedt.
-El Coronel
Hoffmeyer, mi ayudante; monsieur Claude Latour, el señor de estas tierras
-fue la presentación cruzada de ambos por
parte de von Rundstedt.
Klauss Hoffmeyer, alto, corpulento, los binoculares colgando
sobre su pecho y una gorra muy bien calzada pero que había visto mejores días,
aguardaba a su comandante a distancia prudencial para no ser impertinente pero
estando "a la mano" si algo se precisaba, juntó sus talones sin ruido, tendió su
mano derecha ya desenguantada e hizo una ligera inclinación de cabeza, diciendo
con una voz casi aflautada que no hacía juego con su porte:
-Hoffmayer
y tras el apretón de manos, breve, seco, sujetó la puerta izquierda del
automóvil con la misma mano, haciendo con la otra un gesto de invitación a
subir.
-Bitte! -dijo secamente el
Coronel.
-Bitte! -repitió Runstedt,
levantando su mano derecha en un ademán que quiso significar un saludo
militar.