Ya pueden comprender el porqué de la razón del
?grito a baja voz?.
Este se dijo a sí mismo:
Leonardo: Creo que lo
correcto es que por esta noche, no manosearé tanto este diario.
Es mejor esperar hasta mañana... lo pondré a
secar bajo el sol para ver si puedo salvar su contenido.
A la mañana siguiente, Leonardo se disponía a
secar el diario. Así pasó un tiempo y al desesperado chico le parecía que cada
segundo se convertía en horas aguardando el momento para poder descubrirlo.
Leonardo era un joven vagabundo que siempre vivió
con la esperanza de que su cruenta vida tomara un giro de ciento ochenta grados.
Su madre había muerto cuando era pequeño y los recuerdos que tenía de ella eran
pobres y muy dolorosos. Sólo recordaba su nombre ?Leonardo? por las veces que
ella lo repetía mientras le contaba de ciertas anécdotas y el origen de su
familia. Mientras sollozaba y murmuraba piedad a la vida y perdón a su hijo por
no poder ofrecerle un hogar.
Ya se hacía mediodía mientras tanto aquel joven
mendicante se había quedo dormido por la espera y el hambre que lo agobiaba.
De pronto, escucha un chasquido producido por una
lata de refrescos que se encontraba a su lado y que fuera golpeada por una gota
de lluvia en aquel instante:
Leonardo: ¡Oh no! El
diario...
¡Maldita suerte la
mía!
Leonardo prontamente recogió el diario y lo
cubrió con su chaqueta.
Luego se dirigió hacia el callejón más cercano
donde se encontraba uno de sus improvisados ?apartamentos?, que no era más que
un viejo auto abandonado.
Abrió la puerta y se dispuso a leer el curioso y
apreciado cuaderno. Pronto observó que sus letras estaban ilegibles por su
morfología y el daño causado por la humedad. Sus páginas arrugadas y rígidas se
sumaban a la casi imposible tarea de descifrar su contenido.
Pero, se dijo a sí mismo:
Leonardo: Tendré que
conseguir la forma de transcribir y documentar cada letra y cada palabra de
esto, si es que quiero hacer un buen trabajo
?investigativo?.
Leonardo, quien fuera un autodidacto, había
aprendido a leer y escribir por su cuenta. Con la única ayuda de libros y
cuadernos que encontraba por los distintos basureros de la ciudad y un viejo
amigo que veía cada verano, al que solía llamar, el
?Profe?.