Ya en 1862 se cultivaba en los círculos militares el
arte de la réplica.
Media hora más tarde la compañía del
capitán Madwell había sido echada de su posición a la
cabeza del barranco, después de haber perdido la tercera parte de sus
hombres. Entre los que cayeron, estaba el sargento Caffal Halcrow. El regimiento
fue rechazado casi en seguida hasta la principal línea de batalla y, al
final del combate, estaba a muchas millas de distancia. Ahora, de pie, el
capitán observaba a su amigo y subordinado.
Caffal Halcrow estaba mortalmente herido. El uniforme en
desorden, desgarrado con violencia, le dejaba el vientre al aire. Junto a el
había algunos botones de su chaqueta. mezclados a sus otras ropas hechas
girones. El cinturón de cuero partido en el medio, daba la
impresión de haber sido retirado por debajo del cuerpo yacente. Al
parecer, no hubo mayor efusión de sangre. La única herida visible
era un ancho hueco en el abdomen, sucio de tierra y de hojas secas, de donde
salía un pedazo de intestino delgado. Durante toda su experiencia de la
guerra, el capitán Madwtl! no había visto nunca semejante herida.
No podía adivinar cómo había sido hecha, ni explicarse las
circunstancias que hemos detallado: el uniforme extrañamente desgarrado,
el cinturón partido en dos, la piel blanca, sucia de tierra. Cuando se
incorporó, volvió los ojos en todas direcciones, como buscando a
un enemigo. A cincuenta yardas más lejos, sobre una colina baja cubierta
por unos cuantos árboles, percibió unas formas sombrías que
se desplazaban entre los cuerpos yacentes: una piara de cerdos del monte. Un
cerdo le volvía la grupa, el dorso muy alto, las patas delanteras
descansando en un cuerpo humano, la cabeza gacha, invisíble. El lomo
negro erizado por el espinazo se destacaba contra el poniente rojo. El
capitán Madwell apartó los ojos y miró nuevamente al hombre
tendido junto a él. Había sido su amigo.