La señora, Martha, de sesenta y dos años aún era muy bonita a
pesar de llevar un vestido gastado que le regalaron los miembros un poco más
acomodados de su comunidad. Con unos profundísimos ojos azules, Martha lo miraba
todo, y aunque no tenía ninguna educación formal además de el estudio de los
libros sagrados y los idiomas, no dejaba de observar con sumo cuidado e
inteligencia todo lo que acontecía a su alrededor.
Por su parte la chica fue vestida con bata de hospital en cuanto
llegaron.
-0-
-¡SPIELREIN!
Escucharon pronunciar dulcemente por la enfermera aquel apellido
de origen germano, que sonó como una sinfonía para los oídos del viejo Moishe.
Aquel apellido cuya pronunciación con acento alemán no escuchaba hace
sesenta años.
"Los rusos no lo pronuncian con la misma elegancia." Pensó el
rabino, sintiéndose luego un poco culpable por cierto sentimiento de vanidad que
no era muy bien visto en su religión.
Caminaron hasta el fondo del pasillo de donde provenía la voz de
la enfermera. Una mujer joven, por lo menos veintiséis años con gorro y traje
blanco, delgada y elegante los recibió de modo muy amable:
-Señor Spielrein., Rabino Spielrein .. Me llamo Salomé.
Dijo la joven mujer presentándose, añadiendo "Rabino" en un acto
en que al mismo tiempo reconocía la autoridad religiosa del anciano, y se
reconocía a sí misma su propia fi liación genética y cultural con la comunidad
judía. Ella adivinó su origen tan solo con el apellido absolutamente judío
alemán, además de la pulcritud de la letra con
que el rabino llenó la ficha de identificación de su hija, una hermosa
caligrafía de imprenta que sólo dan los años de estudio y profundización en las
sagradas escrituras.