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El viejo rabino vino desde San Petersburgo hasta la Suiza alemana
en busca de alivio no sólo para su hija de diecinueve años, sino que volvía a
sus raices también con la esperanza de encontrar la redención para toda su
familia caída en desgracia desde hace décadas.
Escuchó en su sinagoga hablar de aquel joven doctor, quien no era
judío sino un gentil, un médico de origen alemán, del que se presumía su
inteligencia y dotes clínicas. Le contaron que este novel doctor iniciaba la
experimentación en el tratamiento de la esquizofrenia con técnicas del
psicoanálisis, un método para la cura de almas que apenas comenzaba a divulgarse
en Europa. No tuvo que hacer mucho hasta que los miembros de la sinagoga,
trabajosamente hicieran una colecta a pesar de los escasos derechos con que
contaban los judíos en la Rusia zarista, para que pudiera pagar los pasajes de
tren y la estancia por el tiempo necesario en Zurich.
El viejo Moishe Spielrein nació en Alemania hace setenta y cinco
años, y trasladarse desde Rusia a la parte alemana de Suiza tenía en el fondo
algo de reivindicación, un sutil intento de recuperar por lo menos un trozo de
tierra y sangre perdidas tras el doloroso exilio. Ya que salió junto con su
padre también rabino, muy niño expulsado de su amada y natal Colonia.
Mientras esperaban en la estancia, el anciano se revolvía inquieto
dentro de un saco pobre de campesino ruso, no obstante la pulcritud de su alineo
y el cuidado que imponía sobre su barba blanca y puntiaguda. Parte del
nerviosismo era debido a la impresión que les causaba el lugar, pues a pesar del
decorado y el mobiliario lujosos, no dejaban de temblar al escuchar el término:
Clínica para enfermos mentales. La otra parte de la inquietud, cuando menos en
él, era motivada por la ausencia de la nicotina que ya extrañaba su cuerpo, de aquellos deliciosos
puros que acostumbraba y no podía saborear mientras estuvieran dentro de la
clínica.