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Actualmente se piensa que en una dimensión adicional se distribuyen distintas branas, que constituyen universos paralelos, y que la única influencia que pasa de unas a otras es lo que describimos como fuerza de gravedad. Cuando esas branas chocan se produce lo que llamamos el Big Bang, y que no es en realidad la creación de un universo, sino el choque de dos universos distintos. A la suma de los distintos universos-brana se la llama “multiverso”.
Como vemos, esta teoría es bastante complicada. Es difícil imaginar el mundo tal como los partidarios de esta teoría lo conciben, pero para ellos tiene un gran poder de seducción. Lo tiene porque permite concebir que, a través de ciertas transformaciones, podemos convertir una cuerda en otra, lo cual significa que las partículas, de cualquier tipo que sean, incluso las que son portadoras de fuerza, son equivalentes. Lo cual implica que todas las partículas y todas las fuerzas de la naturaleza son como variaciones de un mismo tema, y que en el fondo todo es una sola cosa. El único problema es que esa “cosa” es algo bastante monstruoso y retorcido, una especie de engendro matemático que no sabemos cómo pensar. ¿De qué están hechas las cuerdas? Eso es algo que no es posible preguntar, porque se trata de entidades puramente matemáticas. Lo mismo que las membranas en las que esas cuerdas están, y que corresponden al espacio. Un espacio rígido, cuya curvatura no es producida por los objetos masivos que existen en él, como lo postulaba la teoría de la relatividad general. Al contrario, los objetos masivos son cuerdas cuyas propiedades, incluso las gravitatorias, son determinadas por la forma en que esas cuerdas vibran en las distintas dimensiones curvadas de ese espacio.
Lo interesante de este cuadro es que nos hace pensar que toda la materia es vibración del espacio, es decir, energía.
Una de las versiones de esta teoría afirma que toda la información contenida en un volumen tridimensional puede reducirse a la de las paredes que rodean dicho volumen. De esta manera, una superficie intrincada, como la de un fractal, es equivalente a un cuerpo en el espacio tridimensional, lo cual ha llevado a pensar al físico Leonard Susskind que el universo observable puede ser una proyección subjetiva de un universo bidimensional de características holográficas.
Como la teoría de las supercuerdas incluye distintos modelos matemáticamente aceptables, pero que funcionan de manera análoga, de modo tal que una simple transformación puede convertir ciertas afirmaciones de un modelo en las del otro manteniendo su coherencia, se ha hablado de una misteriosa teoría M que, incluyendo una dimensión espacial adicional, permite hacer de esos modelos una perspectiva parcial acerca de otro modelo subyacente.
Esas cuerdas, entonces, son las partículas y las fuerzas de las que están hechos los átomos. Con esos átomos, a su vez, se construyen los genes, que guardan la información para que, a partir de las afinidades que tienen con otros átomos, se construyan todas las estructuras de los seres vivos, incluyendo las unidades vivientes más simples, que son las células. Pero estas estructuras no dependen sólo de la información contenida en los genes. También hay transmisión no genética de ciertas conquistas adaptativas, que se heredan por vía citoplasmática. Se trata de la llamada “herencia epigenética”.
Entre las células de los organismos pluricelulares más evolucionados están las neuronas, que son las que desarrollan pensamientos. Y si esos pensamientos cambian, es porque las conexiones neuronales no están fijas. Ahora sabemos que las dendritas de las neuronas pueden aumentar el número de espículas, que son como brotes que reciben señales químicas de los axones de las otras neuronas. De esta manera, el aprendizaje modela la propia estructura de la neurona, dotándola de plasticidad, permitiéndole generar nuevas conexiones. A eso se lo llama plasticidad neuronal.
Estos son, entonces, algunos de los conceptos que están de moda en la ciencia actual. Lo que nos preguntamos es en qué medida los cambios que han generado en la manera en que los científicos conciben su objeto de estudio, modifica nuestro modo de entendernos a nosotros mismos.

 
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