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La nueva es todavía una presencia enigmática – Está ahí, merodea por detrás de la barra pero no acude al llamado de ningún cliente porque para eso está Melisa pero acaso más tarde, acaso la próxima noche de miércoles estaría solamente la nueva – Y él la contempla largamente y cualquiera podría apreciar que su ejercicio no parte de la simple curiosidad ni de un súbitamente gestado anhelo sino de la sospecha de que la conoce de alguna parte… Pero ¿de dónde? – Porque hay en sus facciones, que se desdibujan intermitentemente por obra de las tenues luces, un dejo de familiaridad – Es una persona conocida pero que tampoco ha resistido el paso del tiempo, arriesga el señor Baker sin figurarse todavía su verdadera identidad – Y su larga cabellera… ¿castaña? – La iluminación no le permite definir el exacto tono pero parece castaña – Así debe ser, piensa él, una rubia, una morocha y ahora una castaña – Ni tampoco a la distancia que se hallan puede adivinar el color de sus ojos – Ni la ha visto sonreír todavía, y una sonrisa es a veces lo que uno más recuerda sobre otras personas, ni el rostro entero ni los ojos ni la silueta íntegra sino una sencilla sonrisa y lo que aquella implica – Quiere llamarla entonces pero ella no se acercaría porque no le corresponde, porque no está “en funciones” aunque acaso pronto lo esté y él sabe que no tiene otra alternativa que sofocar la incógnita, postergarla unos días o unas semanas hasta que ella vuelva a aparecerse, cual hallazgo experimental, un rostro incierto que viene a visitarlo desde la lejanía, desde las profundidades insondables de su memoria – Y más curioso resulta que ella lo mire ahora con un ánimo similar – Que cuando sus ojos al fin se encuentran con los de ella la sensación de intriga parezca mutua, como mutua es también la turbia certeza de que se conocen – Aunque ella no sea más que una típica moza, incluso quizá más joven que las otras, estudiantes universitarias en busca de seguridad económica – Pero él busca ahora otra seguridad, porque al fin cree haber develado el misterio, al cabo cree haber encontrado el nombre que combina con aquel rostro, tan bello ahora como antes aunque el tiempo y el drama y la madurez de golpe hayan surcado su otrora inmaculada tez. Una y otra vez se dice a sí mismo que la más simple manera de corroborarlo es averiguando su nombre – No puede ser difícil preguntarle a Melisa cuando pase – O directamente a ella – Pero… ¿y qué, entonces, si lo fuera? ¿Si su nombre fuese efectivamente Sabrina? ¿Si ella no fuese otra que Sabrina? Y en cualquier caso, si en verdad es ella… ¿por qué lo ignora, por qué no se acerca? Paga y se despide y se permite lanzar otro saludo hacia la barra, allí donde está el encargado y donde esporádicamente aparece el que seguramente es el dueño, y donde está, ahora, ella – Sabrina o no. Innecesariamente espera encontrarse a la intemperie para comprobar que la noche sigue siendo fría, que la calefacción artificial del pub es engañosa y que necesitará tanto como en el camino de ida su sobretodo y sus guantes – Y marcha entonces por calles desiertas y pálidamente iluminadas, y si bien sus cabellos, acaso demasiado largos ya, no padecen la impertinencia de brisa alguna, el frío se respira en el aire y hiere por dentro, estremeciendo sus pulmones – Entonces sus manos enguantadas estrechan el cuello del sobretodo, y camina. Once y media de la noche, o eso al menos marca el reloj aunque a menudo esté algunos minutos adelantado – Camina entonces – Apenas si hay movimiento en las calles – Ve, sí, como viene siendo para él habitual, al sujeto canoso y de frondosos bigotes que cada noche se envuelve en un abrigado conjunto deportivo y sale a cumplir con la media hora, a veces más, de caminata que no es sino una recomendación médica aunque el señor Baker, contemplándolo como otras noches, saliendo del edificio, aguardando en la puerta, amplia, de dos hojas, con finos marcos de madera cercando el grueso vidrio, respirando el aire nocturno antes de cobrar ánimo suficiente como para bajar la corta escalera que lo distancia de la vereda y al fin acabar con tanto preámbulo y emprender la marcha – Baker lo observa y se pregunta cómo aquello puede ser una recomendación de un presunto profesional de la salud pero no da mayores vueltas al asunto y sigue andando hasta perderse en esa misma esquina donde un silencioso callejón se abre camino, aunque no goce de la misma iluminación que las calles principales. Y el hombre del conjunto azul marino, de alguna tela especial en exceso abrigada (un equipo costoso, seguramente, pero el sujeto podía afrontar el gasto), comienza a transitar el mismo rumbo que Baker, camino a la esquina oscura – A paso regular primero, ganando luego progresivamente velocidad en la medida que sus casi sesenta años se lo permiten – No parece un ejercicio del todo saludable desde la óptica de alguien inexperto en el tema, pero el hombre siempre tuvo plena fe en su médico de cabecera y con el correr de las semanas le ha tomado el gusto a la caminata, y tan seriamente supo acatar la indicación que no ha demorado en visitar un negocio de ropa deportiva, sin reparar en cifras – Le gustó el color, le aseguraron que con aquel conjunto no necesitaría nada más de abrigo y se lo llevó, y ahora llega a la esquina y bordea la boca del oscuro callejón con su mano derecha ubicada sobre la muñeca izquierda, buscando con los dedos, con el pulpejo de los dedos índice y mayor, el pulso de su arteria radial porque así se lo ha enseñado su médico y es necesario que se habitúe él a controlarlo, cosa tan simple como esa, cuando el golpe lo deja casi automáticamente inconsciente – El golpe, un artero codazo que lo alcanza a la altura del temporal derecho, y que proviene de las sombras, de la penumbra del callejón pero que viene amortiguado por el grueso sobretodo – Y Baker no tarda en atraparlo, hábilmente, antes que llegue a desplomarse, y lo arrastra con esfuerzo fuera de la luz, hacia el callejón, allí donde nadie, si es que hubiese alguien en los alrededores aunque nadie se ve ni se oye por allí, nadie osaría entrar a esa hora de todos modos y nadie se percataría de lo que ocurre en el callejón, y entonces él puede echar ambas manos al cuello y presionar fuerte y aguardar a que todo al fin termine. |
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