En lo que no decía verdad Marcelo Valdés era en el arrepentimiento de la clase. Y tan es así que, como quedara Monsieur Jaccotot con la meditabunda mirada fija en el espacio y las dos lágrimas silenciosas deslizándose por las mejillas exangües, Manuel Peralta sacó el pañuelo para imitarlo, y comenzó la pantomima de un llanto inconsolable. Menos el novelista que guardaba huraña actitud, el curso íntegro, divertido por la situación, imitó en masa al payaso, convirtiéndose en un cortejo de plañideras. De cuando en cuando, alguno retorcía el pañuelo, como si estuviese empapado en lágrimas, para exprimirlo a la usanza de las lavanderas al tender la ropa al sol...
Perico Sosa, el rubiecillo travieso y flacuchin que quedara olvidado ante la pizarra, donde antes escribiera los ejemplos nègre, nègresse, tuvo entonces una ocurrencia diabólica, como todas las suyas... Dibujó con la tiza un busto de hombre con una gigantesca cornamenta de ciervo, escribiéndole debajo: "Monsieur Jaccotot, maestro de francés"... Y estornudó bien fuerte para llamar la atención de la clase, borrando lego la figura a fin de no ser descubierto...
La gracia de Perico Sosa hizo cambiar el burlesco llanto en homérica carcajada... Después, cada cual se puso a divertirse por su cuenta... Quienes jugaban a las damas en improvisados dameros, quienes conversaban fumando, quienes discutían, quienes tiraban bolillas de papel... Y, en tanto, Monsieur Jaccotot seguía como una estatua, con la vista fija en el aire, acaso contemplando dolorosamente el pasado, el presente, el porvenir...
Indignado contra sus compañeros, Marcelo Valdés se puso otra vez de pie y les apostrofó con la cólera de un loco:
-¡Sois unos cobardes y unos canallas,... ¡Al primero que diga una palabra a Monsieur Jaccotot, le rompo las muelas!...
Como Marcelo Valdés era, no sólo el primero, sino también el mejor y el más fuerte, se hizo una pausa... Felizmente, sonó en ese momento la campana anunciando la terminación de la clase...
Al oír la campana, Monsieur Jaccotot pareció sacudirse y despertar de un sueño... Dejó sobre la mesa el cuaderno... Sacó el pañuelo del bolsillo faldero del jaquet, pasóselo por la cara, guardólo de nuevo, y salió sin decir palabra... Era la primera vez, en sus doce años; de enseñanza en el colegio, que se olvidaba de marcar la lección para la clase siguiente, antes de irse...
Los muchachos lo siguieron, y entonces pasó una cosa extraordinaria, una cosa realmente extraordinaria... Viéronle alejarse por los corredores con la punta del pañuelo blanco asomando indiscretamente por el bolsillo de los faldones del jaquet... Aquel trapo cómico hacia pensar que se hubiese subido apresurado los pantalones en algún gabinete higiénico, dejando afuera una punta de las faldas de la camisa... El trapo blanco se movía conforme caminaba, como una cola sainetesca... ¡Y nadie, ni Perico Sosa, nadie se rió!
FIN