Iniciábase con una bastante buena descripción de Silvia... ¡No tuvo mal ojo Aguilar, ni fue parco en transmitir sus impresiones al cuentista! La niña se presentaba tal cual era: la silueta fina y esbelta, los movimientos vivos, la nariz ñata y maliciosa, los cabellos de un rubio rojizo, carnosos labios, ojos claros, l velados por negras pestañas... en fin, una francesilla picante y moderna...
Descripta Silvia, la infantil imaginación de Valdés se desbocaba, en aventuras absurdas... La jeune fille era la coqueta más desfachatada, ¡peor que su madre!... Hacíase festejar por todo el mundo... Y a sus plantas desfilaban, requebrándola sin éxito, los maestros más ridículos y menos queridos del colegio incluso el de religión, el padre Martínez... Hasta había una figura titulada "El padre Martínez ante la bella Silvia", en, la cual se veía al sacerdote, acentuados los rasgos sensuales hipócritas de su corona afeitada, presentando de rodillas la esquiva joven, en ambas manos, el flamígero corazón que suelo verso en los detestables cromos de las estampas religiosas...
Esta figura, bien que tan mala en la ejecución como en la idea, y a pesar de la evidente inferioridad del Valdés dibujante al Valdés autor, constituía el verdadero "clou" de la obra. ¡Tantas veces se populariza una buena obra por un defecto, un agregado o un mal detalle!... -
Mientras leía aquel tejido de inocentes perversidades, Monsieur Jaccotot sintiese tocado en la secreta llaga de su corazón. ¿Cuál sería el porvenir de esa Silvia idolatrada? ¿Heredaría la naturaleza galante de su madre, así como su fisonomía y su gesto?... Y por el rostro del viejo maestro corrieron dos lágrimas silenciosas...
Con amarguísima dulzura, preguntó entonces a su discípulo favorito, tuteándolo por vez primera:
-¿Es posible que tú hayas escrito esto?...
Marcelo Valdés tenía tanto corazón como inteligencia, y amaba aquel buen viejo, que tan duramente ganaba su pan cotidiano. En varias ocasiones evitó descomunales bochinches, haciendo notar sus compañeros que iban a perder con un cambio de profesor de francés... Por eso le repuso, siempre rojo y tartamudeando:
-Yo no he tenido intención ninguna... Escribí por escribir... Le pido perdón, ¡todos le pedimos perdón, Monsieur Jaccotot!...
Y Marcelo Valdés decía la verdad al disculparse.
Había escrito por su temperamento de novelista, como canta el ruiseñor en el bosque, o croa la rana en el pantano. No pensó que su canto pudiera despertar los celos del cuervo. No pensó que su croar interrumpiese el sueño del sapo. Su novela, aunque informe y embrionaria, era, como todas las novelas, una lúcida mezcla de detalles verdaderos y situaciones imaginarías, de pequeñas dosis de una realidad supuesta y exagerado desarrollo de una inventiva calenturienta.