Después de un silencio, Sancho repuso, con inacostumbrada melancolía:
-Cría cuervos para que te saquen los ojos. El señor don Miguel no es nuestro enemigo, que es nuestro padre.
Al oír esto, Don Quijote quedó completamente absorto en sí mismo, un rato largo, muy largo, sin atender a la creciente farándula con que los demás personajes mortificaban al solitario moribundo... Luego se irguió y dijo muy recio:
-Cierto. Él es nuestro padre. Él nos ha dado la posteridad y la gloria, ¡la verdadera vida!
Y sin más, arremetió contra la legión de importunos que antes capitaneara, arrojándolos de la habitación como a perros, a golpes de lanza... Cuando salieron todos, cerró la puerta detrás de ellos, quedando solo con el moribundo y Sancho...
Cervantes, que haciendo un último esfuerzo se había levantado a echar también a los incómodos visitantes, cayó entonces sobre Alonso Quijano el Bueno... Y mientras Sancho, arrodillado, le cubría las manos de lágrimas, rindió su alma a Dios en los brazos de don Quijote. En su boca descolorida acentuábase una sonrisa de infinita ternura, como si dijera a sus dos creaciones más ilustres:
-¡Bien sabía que habíais de venir vosotros, hijos míos, a socorrerme en la hora de la muerte!
FIN