¡Apartaos! ¿No veis que es un solo hombre al que todos acosáis? ¡Dejadlo que combata conmigo solo en singular batalla, y Dios dirá que parte están la razón y la justicia!... He aquí mi guante, Cide Hamete Benengeli, y salgamos a luchar en campo abierto, sino miente vuestro nombre y corre aún sangre en vuestras venas.
El moribundo hizo un esfuerzo para incorporarse, sin conseguirlo... Y Sancho, poniéndose de pie, increpó a Don Quijote:
-¿No ve vuestra merced que don Miguel es inválido por carecer de un brazo, y que en este momento se nos muere? Antes le debemos socorro que insultos y ataques. Lo cortés no quita lo valiente, una mano lava la otra y cada oveja con su pareja...
Viendo que, efectivamente, Cervantes era ya casi un cadáver, don Quijote exclamó:
-Tienes razón, que te sobra, Sancho amigo. ¡Oh desgraciado de mí! Cuando al fin alcanzó el más encarnizado de mis enemigos, aquel con quien contara al mundo mi historia convirtiendo mi valor en hazmerreír de perversos e ignorantes, aquel cuya péñola implacable hace irrisión de mis nobles pasiones y befa de mis mejores hazañas, he aquí que lo hallo enfermo, postrado y agonizando, por obra y gracia de los pérfidos encantadores que me persiguen, y que no han querido que vengue de una vez por todas sus burlas y ultrajes, para eterna gloria de mi nombre.