-Mal hicisteis, don Miguel, en divulgar tanta confidencia amistosa y reservada que depositamos en el seno de vuestra confianza y caballerosidad. Mal hicisteis, don Miguel, en contar al público los yerros y debilidades de nuestros mejores amigos. Aunque no soy yo el peor presentado, poco hablasteis de mis muchas letras, y mucho de mis pocos donaires y bellaquerías. Hubierais de haber sido siquiera más imparcial y justo, no abultando lo malo o indiferente y disimulando lo bueno y lo mejor. ¿Por qué no escribisteis mis glosas a Aristóteles, nada de mis traducciones de Horacio, nada de mis puros amores con Casilda de Ricarte?...
Quejábase también el cura:
-Sana habrá sido vuestra intención, don Miguel, pero, al hablar de mi, bien pudisteis enaltecer mis virtudes y no pasarlas en tan displicente silencio!
Camacho clamaba:
-Tal fama de rico me disteis al describir mis bodas, que no hay en veinte leguas a la redonda pobre que no me pida... Y si lo doy mucho, no me lo aprecia; el poco, se retira descontento; si nada, me acusa de tacañería y maldad... ¡Flaco servicio os debo, señor de Cervantes!
Teresa Panza, la mujer de Sancho, vociferaba a su vez:
-¿Para qué ha cantado vuesa merced tantas aleluyas y gastado tanta tinta, sin sacarnos al fin y al cabo de nuestra pobreza?... ¡Hubiérese metido vuesa merced con los ricos y los orgullosos, y no con los pobres y los humildes, que nada lo pedimos ni para nada le llamamos!