¿Y, qué daré a aquel que dejó su arado en la mitad del surco, o
a aquel que ha detenido la rueda de su lagar?
¿Se convertirá mi corazón en un árbol cargado de frutos
que yo recoja para entregárselos?
¿Fluirán mis deseos como una fuente para llenar sus copas?
¿Será un arpa bajo los dedos del Poderoso o una flauta a través
de la cual pase su aliento?
Buscador de silencios soy ¿qué tesoros he hallado en ellos que
pueda ofrecer confiadamente?
Si es este mi día de cosecha ¿en qué campos sembré la semilla y
en qué estaciones, sin memoria?
Si esta es, en verdad, la hora en que levante mi lámpara, no es
mi llama la que arderá en ella.
Oscura y vacía levantaré mi lámpara.
Y el guardián de la noche la llenará de aceite y la
encenderá.
En palabras decía estas cosas. Pero mucho quedaba sin decir en
su corazón. Porque él no podía expresar, su más profundo secreto.
Y, cuando entró en la ciudad, toda la gente vino a él,
llamándolo a voces.
Y los viejos se adelantaron y dijeron:
No nos dejes.
Has sido un mediodía en nuestros crepúsculo y tu juventud nos
ha dado motivos para soñar.
No eres un extraño entre nosotros; no eres un huésped, sino
nuestro hijo bienamado.