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LUZ Palermo, Ciudad de Buenos Aires. 2009
—¿Va a mostrármelo? —preguntó la mujer. —Es mi deseo... —le respondió con un poco de resignación. Sentía el aliento de ella a escasos metros suyo—, pero sin luz, me temo que será imposible. Todo estaba a oscuras, absolutamente todo. —¿Qué tema esto de los cortes de energía, no? —repuso ella, luego del primer intervalo de silencio. —¡Sí! ¡Sí! ¡Es increíble! En invierno comienzan con el gas y en verano siguen con la luz... —Habrá que usar esas estufas a leña, esas viejas, ¿vio? El hombre se quedó unos segundos callado. Luego gritó: —¡No puedo creerlo! —Bueno, no se enfade que me pone nerviosa a mí. Es mi primera vez, ¿sabe? —Sí, sí, la entiendo. Igual, no pasa muy seguido, no se asuste. —¿Qué cosa, Roberto? Puedo decirle Roberto, ¿no? —Y... en esta situación... ¿Qué le parece? —Me parece que sí —dijo mientras las mejillas se le ruborizaban. Por suerte él no podía notarlo. —Estem... le decía que esto no pasa muy seguido... —¿Qué cosa? ¡Ah! Lo del corte... —¡Claro! —Le confieso que yo tampoco puedo creerlo... tanta expectativa para nada. ¿Me cree si le digo que estuve soñando toda la semana con verlo? —¡Por supuesto que le creo! No es para menos. —¡Ay! —se escuchó un sonido de palmas que se entrelazaban—. Si usted hubiera sido más despierto, traía una linterna —el hombre se sintió derrotado con el comentario—. Creo que voy a buscar a otro para que me lo muestre. Ambos se quedaron mudos. —Yo tenía una salamandra... —¿Cómo dice? —preguntó desorientada. —Esas estufas a leña. Yo vivía en el campo... —¡Qué hermoso que es el campo! —¡Sí! ¡Sí!... Definitivamente... tuve una... —... Aunque algo rutinario... —Sí... El hombre miró el reloj en un gesto automático, sin pensar que en aquella oscuridad sería en vano. Tenía las pupilas tan dilatadas que asustaban. —¡Se me ocurre una idea! —¿Cuál? —preguntó ella con premura. Ahora estaba algo agitada. —Yo podría describírselo. Aunque no lo vea... —¿Cómo dice? —... es largo y ancho. ¿Sabe? —los labios femíneos no respondieron. «¿Se habrá ofendido?» Pensó. —¿Describírmelo? —repitió un poco confundida—. Yo vine porque usted dijo que iba a mostrármelo. El hombre movió los hombros hacia arriba. —¿Pero qué culpa tengo yo de que hayan cortado la luz? —¡En eso tiene razón! Una sonrisa espontánea y sincera tomó por asalto el rostro del individuo. —¡Jaja! Me hizo acordar a mi padre... me decía que yo siempre quería tener la razón. —Yo ni me acuerdo del mío. ¡Bah! En realidad murió antes de que yo naciera.
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