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Parte
tercera
- I -
Costumbres
turcas
- I
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Juan Pablo Rubín no podía vivir sin pasarse la mitad de las
horas del día o casi todas ellas en el café. Amoldada su naturaleza a este
género de vida, habríase tenido por infeliz si el trabajo o las ocupaciones le
obligaran a vivir de otro modo. Era un asesino implacable y reincidente del
tiempo, y el único goce de su alma consistía en ver cómo expiraban las horas
dando boqueadas, y cómo iban cayendo los periodos de fastidio para no volver a
levantarse más. Iba al café al medio día, después de almorzar, y se estaba hasta
las cuatro o las cinco. Volvía después de comer, sobre las ocho, y no se
retiraba hasta más de media noche o hasta la madrugada, según los casos. Como
sus amigos no eran tan constantes, pasaba algunos ratos solo, meditando en
problemas graves de política religión o filosofía, contemplando con incierto y
soñoliento mirar las escayolas de la escocia, las pinturas ahumadas del techo,
los fustes de hierro y las mediascañas doradas. Aquel recinto y aquella
atmósfera éranle tan necesarios a la vida, por efecto de la costumbre, que sólo
allí se sentía en la plenitud de sus facultades. Hasta la memoria le faltaba
fuera del café, y como a veces se olvidara súbitamente en la calle de nombres o
de hechos importantes, no se impacientaba por recordar, y decía muy tranquilo:
«En el café me acordaré». En efecto, apenas tomaba asiento en el diván, la
influencia estimulante del local dejábase sentir en su organismo. Heridos el
olfato y la vista, pronto se iban despertando las facultades espirituales, la
memoria se le refrescaba y el entendimiento se le desentumecía. Proporcionábale
el café las sensaciones íntimas que son propias del hogar doméstico, y al entrar
le sonreían todos los objetos, como si fueran suyos. Las personas que allí viera
constantemente, los mozos y el encargado, ciertos parroquianos fijos, se le
representaban como unidos estrechamente a él por lazos de familia. Hasta con la
jorobadita que vendía en la puerta fósforos y periódicos tenía cierto parentesco
espiritual.
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Fortunata y Jacinta - dos historias de casadas - Tomo III
de Benito Pérez Galdós
ediciones elaleph.com
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