-"Vete -dijo el Señor-; pero, si te vas, no puedes
ya volver. ¡Adiós, Señor! La gloria, sin sus hijos, no es
gloria para una madre.
Aquella noche, Andrea se apareció a su hija y le
habló así:
-"Yo te dije que volvería y aquí me tienes.
De hoy en más no te abandonaré: tú me darás la mitad
de los mendrugos que te den por alimento, y cuando te azoten esas malas almas,
dividiremos el dolor entre las dos."
Y así fue. Por eso Pasionaria estaba alegre, aunque el
doctor dijera que se moría. No hay, sin embargo, naturaleza que resista a
ese maltrato. A la caída de las hojas se murió. Juan, que en el
fondo no era tan malo, se enjugó una lágrima, y el señor
cura se la llevó a dormir al camposanto. Como era natural, en cuanto Dios
supo la muerte, dijo a sus ángeles:
-"Id a traerla, que aquí le tengo preparada una
sillita baja de marfil y de oro, y un cajón lleno de juguetes y de
dulces."
Los ángeles cumplieron el mandato, y madre e hija se
pusieron en camino. Pero Andrea tenía cerrada la puerta del cielo por
desconfiada, y San Pedro, llamándola aparte, para que la niña no
se enterase de nada, le dijo:
-"Ya tú sabes Io que el amo dispuso: yo lo siento,
viejita, pero el que fue a Sevilla perdió su silla."