-No sé si los muertos vuelven, ni si emigran las almas u
otros cuerpos; pero voy a narrarle una historia. Juan casó en segundas
nupcias con Antonia. De su primera esposa quedábale una niña de
siete años, a quien llamaban Rosalía sus padres, y Pasionaria los
vecinos de la aldea. La primera mujer de Juan era todo lo que se llama un
ángel de Dios. Paciente, sufridísima, amorosa, se veía en
los ojos de su marido y en el fresco palmito de la niña. Las comadres del
pueblo, viendo su tez pálida, sus grandes ojos rodeados por
círculos azules y la marcada delgadez de su enfermizo cuerpo,
decían que la mamá de Pasionaria no haría huesos viejos.
Ella, alegre y resignada, esperaba la muerte cantando, como aguardan las
golondrinas el invierno. Cierta noche, Andrea -que tal era su nombre- se
agravó mucho, tanto que hubo necesidad de llamar a don Domingo el
curandero.
¡Todo inútil! La pobre madre se moría, sin
que nadie pudiese remediarlo. Poco antes de entrar en agonía,
llamó a su hija, que a la sazón contaba cinco años, y le
dijo:
-Rosalía: ya me voy. Yo quisiera llevarte, pero el
camino es muy largo y muy frío. Quédate aquí; tu padre te
necesita y tú le hablarás de mí para que no me olvide.
¡Hasta mañana!"
.Andrea cerró los ojos, y Rosalía besó,
llorando, sus manos que parecían de nieve. ¡Hasta mañana! Es
verdad: ¡mañana es el cielo!